jueves, 14 de marzo de 2013

Microcuento: El Esclavo



Sin palabras previas, les traigo un micro cuento, donde se ve que lo racial es tan estúpido como otras estupideces perpetuadas en el tiempo. Debajo de la piel, todos sangramos igual. 


El lugar, no importa, el lugar todos los lugares. El nombre tampoco importa. Estaba siendo castigado, latigazo tras latigazo. ¿La razón? Haber mirado a los ojos al capataz. Los latigazos, uno, dos, tres, incontables. El numero no le importó, solo recordaba la costa de la playas donde había visto nacer a su hijo, el día que lo atraparon bajo lenguas que no conocía; la violación de su amada, su hijo horcado en un planta igual a otras. 
Ese día, que pudo ser más de uno o sólo horas, lo pasó atado al tronco que le pareció al que fue horcado su niño, tan niño, si lo hubieran conocido murmuraba. Pero no lloró. Su piel negra era alumbrada por la luna llena en el cielo. 
Sin darse cuenta cómo, se vio desatado. En la mano un puñal. Delante de él, el capataz con sus entrañas dispersas en el suelo de tierra. Y de repente se encontró diciendo en su idioma, que podría ser todos los idiomas: “Has visto, debajo de la piel los dos tenemos el mismo color”.





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