domingo, 31 de enero de 2016

Cuento: André y sus dadaísmos. (música: Crane's Dreams - С Порога в Ночь)

Sobre amores, alcoholismo, mandatos sociales y mundos posibles.


André y sus dadaísmos.

I

Ahí estaba, parada delante de ella, sin decir una palabra. No se sentía como siempre, eso seguro, estaba más liviana. Simple sería la palabra más correcta. Pero no solo era eso, cuando escruto sus manos, en ellas solo había tentáculos, o lo más parecido a un tentáculo, si ellos hubiesen sido extremidades de humanoides. Eran unas extremidades, dos por manos. No dejaban de moverse. No había sonido en el ambiente, de eso estaba segura, no podía hablar o algo que escapaba a su entendimiento se lo impedía. Imaginó, no sin miedo, que seguramente, como sus manos-tentáculos, su cuerpo tendría la misma fisionomía, como un calamar humanoide, como una hija de Dagón grotesca. Pero eso no era lo importante. Como tampoco lo era el lugar donde estaban. Lo importante era la mujer rubia, hermosa, que estaba delante de ese calamar humanoide, que la miraba y no temía. Esos ojos no eran de los que se dejan atemorizar por monstruos. Ella miraba –la mujer rubia hermosa- pero no emitía una sola palabra, ni una sola. Quizás no había palabras en esos sitios, quizás –pensó con esa cabeza de calamar y tentáculos- no hay palabras para los monstruos. La siguió mirando sin temor, pero sin decir una palabra. De repente, se acercó unos pasos mientras el monstruo acuático hizo uno hacía atrás. Ante el miedo del monstruo la rubia mujer  esbozó una sonrisa medida, como sabiendo lo que es el miedo o que se le haga daño. La entiende, entiende al monstruo. Al monstruo que está delante de ella y que parece querer. Y con la misma sonrisa, y con los mismos ojos negros que no dejaban de mirarla tiempo atrás, comenzó a sacarse la remera blanca que tenía puesta. Mostraba su cuerpo, se desnudaba delante del monstruo, y todavía sin decir palabra  (y la mujer-calamar sin poder hacerlo por su condición de abominación) le besó la abertura babosa que su cabeza de calamar-mujer disponía. Ninguna de las dos temía. Ninguna de las dos se temía. Se amaban…
Se despertó con el cuerpo sudado, el corazón se agolpaba en su pecho, como si se hubiese dado el susto de su vida. Afuera todavía estaba oscuro, por lo que calculaba que todavía tenía tiempo para seguir durmiendo. Pero el dolor de cabeza, la boca pastosa, la sensación de que alguien le estaba aplastando la cervical, le hizo dar cuenta que no iba a poder dormirse más, y que anoche, nuevamente, se había emborrachado. A tientas buscó el celular, y con la tenue luz azul que el artefacto emitía (que para André era como agujas que se le clavaban en el iris) trató de fijarse la hora y en qué condiciones había terminado la noche. Eran las 5 am, lo que le daba todavía dos horas hasta que sonara la alarma del celular. Se sentó un momento en la cama, mientras mantenía gacha la cabeza para evitar las ganas de vomitar. Y sin siquiera poderlo evitar se largó a llorar, como siempre, como todas esas noches. La angustia era sorda, no había más motivo que el de llorar desconsoladamente, sobre sus manos, con ganas de vomitar. Se odiaba a sí misma por emborracharse en días laborales, o simplemente por emborracharse. Por ser una borracha. Por ser lo que era.
 Luego de haber estado un largo momento con sus manos llorosas cubriendo su cara, se percató que andaba con la ropa del día anterior puesta. La mancha amarronada cubría el cuello de la remera blanca como una aureola. Se dio asco y pensó que alguna noches de esas ya no se levantaría más, que el vomitó no quedaría en su remera, sería la garra que la asfixiaría. Nadie se lamentará, piensa. Aunque de repente se le viene a la cabeza la cara sonriente de su niña que nada sospecha, que ni siquiera la ha visto beber un vaso de sidra en fin de año. Y de nuevo los espasmos en el pecho, y los ojos llorando, y el vómito que se agolpa entre los dientes. Una vez dentro del baño, sobre el inodoro, vomitando, se quitó la ropa manchada de la noche anterior, y se dispuso a sacar un poco la borrachera que tenía con el agua de la lluvia.

Una vez vestida para ir a trabajar, se fue a buscar una botella de agua, un antiácido y un analgésico. Iba a intentar, como esas mañanas, amortiguar de alguna manera química lo que sentía. Aunque se buscaba convencer de que era solo fisiológico lo que le estaba pasando. Porque sabía muy bien que el verdadero dolor le salía de las tripas,  una angustia que no era posible de sacar con toda el agua o antiácido del mundo. Aunque, pensó, quedar postrada en una cama, ahogada por un vomito agrio podía ser el fin de esa angustia. No quiso pensar en ello. Se encontró caminando en una claridad que dejaba sombras extrañas, como las que producen veladores en habitaciones pequeñas. Eran como auroras boreales pero elípticas que estaban en el centro del cielo.  Iba arrastrando sus pies sin saber muy bien que hacer, o que hacía en ese sitio. De nuevo había sucedido. Persistía el dolor de cabeza y las ganas de vomitar, lo que le hizo pensar en dos alternativas. O no se acordaba que hizo desde que salió a su casa, o se había olvidado otro día y otra noche de borrachera. Ninguna de las dos alternativas era lo que André esperaba. El cielo verdoso y las aureolas boreales no le llamaron la atención. Lo que le preocupaba era saber dónde estaba y hacía dónde iba. Ahora el cielo estaba morado, como un hígado o como la sangre coagulada. Las aureolas boreales incandescentes comenzaban a girar, dibujando especie de nubes esculpidas, rosadas. Era una playa, o un sitio con arena, aunque aquella era de un blanco similar al salitre. El mar era rosado, y la espuma sobre el blanco le daba una textura que a André le gustó. Siguió caminando en búsqueda de alguna referencia real para poderse ubicar. No era la primera vez que se había emborrachado y realizado acciones impensadas, como parecía ser esta. Seguramente, mientras estaba en la cúspide de la borrachera, se había tomado un pasaje a la costa atlántica. Siguió caminando por la costa de arena blanca y mar rosado, en busca de un teléfono público, o algo que sea ínfimamente real para ver si podía reconstruir que había pasado antes de reaccionar. Finalmente, a lo lejos, vio que no estaba sola en aquella playa. Unas siluetas se besaban apasionadamente, como si esa era la última vez que lo podían hacer, como una mujer calamar y una hermosa mujer rubia vestida de blanco. Al verlos sintió un poco de envidia, que sumado a la angustia del alcohol la hizo llorar nuevamente. No pensaba molestarlos…
El sonido metálico del ringtone del celular le avisaba que eran las siete de la mañana, que dentro de una hora comenzaba su clase sobre literatura latinoamericana. En esa hora tomó todo el café que pudo, se lavó los dientes, se perfumó, se puso los lentes negros de sol y salió al mundo enceguecedor. Fuera de su casa, el sol, aunque ya ocho menos cuarto de la mañana, era un aro incandescente que le daba puntadas de dolor al maltrecho cerebro de André.  En ese momento lamentó que no existan esas aureolas boreales elípticas. Antes de llegar a la Universidad, pasó por un kiosco para comprarse una bebida hidratante para poder mejorar su estado de lucidez.
Llegó antes que todos sus alumnos, siempre acostumbraba eso. De esa manera amainaba sus tendencias paranoicas. Pensaba que si llegaba tarde se darían cuanta que todavía estaba borracha, aunque seguramente la gran mayoría de sus alumnos sabía que André era una alcohólica. Mientras se tomaba la bebida azul, fue observando entre sus negros lentes a cada uno de ellos, a esas miradas seguramente indiferentes, pero que para André cada uno de ellos juzgaba en silencio. Cuando todos estuvieron en silencio, André, como pudo, comenzó su clase:
-          Hola, chicos, cómo andan. Espero que bien. Como sabían, hoy íbamos a comenzar  a charlar un poco sobre el realismo mágico en la figura de Arturo Uslar Pietri…-no se quitó los lentes ni dio explicaciones, solo comenzó.

            Ya había transcurrido una hora y media de clases. Aunque todos los estudiantes guardaban silencio y buscaban concentrarse, se notaba que estaban cansados y aburridos. A eso había que sumarle que seguramente André no estaba teniendo una de sus mejores clases. Sin embargo, sobre el fondo del aula, había un joven que en toda la exposición no dejó de mirarla. Estuvo los noventa minutos sin cambiar de posición. En ese mismo instante, el alumno dejó su posición pasiva y levantó la mano con cierta ansiedad:

-          ¿Sí?
-          Gracias, profesora- las palabras se le agolpaban, se lo notaba muy nervioso, inusualmente más nervioso de lo que se ponen los alumnos cuando tienen que exponer sus puntos de vista en clase-  Hasta el momento en su maravillosa exposición  hemos estado debatiendo y escuchando que la literatura fantástica, y en definitiva, la literatura en general, que las prosas magnificas de un Kafka o un Cortazar, un Rulfo o un García Marques solo son parte de un mundo ficcional, un elemento construido en la mentalidad de un genial ser aislado de la realidad que lo concibió y de la que es parte. La literatura, desde ese  punto de vista (y por qué no generalizarlo al arte en general, concebida como la expresión del hombre) solo sería la producción imaginaria de un mundo plasmada en un papel, donde la regla es el invento o la manipulación de lo conocido. Manipulación a tal punto que deja de ser parte de la realidad. Como si aquellos seres que mutan en escarabajos o que levitan cuando beben chocolate solo fueran un invento…Pero, y pido disculpas si soy reiterativo, esa concepción está inundada de los preconceptos hegemónicos que tanto mal nos hace. Por eso me pregunto, les pregunto, le pregunto profesora Vretoan: y si no fuera así, ¿si en realidad ellos veían/ven algo que nosotros no, ya que seriamos incapaces al estar imbuidos en un mar de sobredeterminación que moldean nuestra mirada? ¿Si los que vivimos en una creación imaginaria, ficticia, carente de sustento real, somos nosotros? ¿Si la humanidad vive en una mentira y ellos son los únicos afortunados, que la pueden ver tal cual es, sin restricciones, maravillosa, sin ninguna limitación, y esos textos son un grito desesperado por informarnos que nosotros somos los equivocados?-

            Todo el auditorio se había quedado en silencio, sin pronunciar una palabra, hasta el mismo André. Lo observaba, intentando saber si había parte de broma o no en aquello que afirmaba, si solo lo estaba haciendo para polemizar en el salón de clases:

- No sé qué me quiere decir…ah sí,  Rayman. No sé a dónde quiere llegar, pero le digo una cosa, eso lo que usted plantea nunca lo podremos saber a ciencia cierta, y quizás mucho no importe. Y le paso a decir cuál es mi opinión.  La humanidad se ha construido por medio de la percepción de los sentidos, determinados o no (y hasta podríamos sumar a las realidades imaginarias como la religión). Pero hay algo que está claro, y es que hay algo que está delante de nosotros y que culturalmente adquiere una conceptualización…Vos sos una persona, todos los que estamos aquí estarán de acuerdo conmigo.  Cuando decimos PERSONA imaginamos algo, que más allá de las particularidades, tendrá algo en común, seguramente un humano como vos y como yo. Y la literatura es parte de eso, como expresión de la humanidad, es un desprendimiento de una persona y de la sociedad en la que vive. Se escribirá bajo los preceptos de esa sociedad, podrá ser más o menos vanguardista, pero lo que escribe no es la realidad, es la imaginación basada en ella. Lo que quiero decir, es que quizás sea irrelevante saber eso. Mientras no podamos concebir que exista otra realidad, o aquello que sostenemos como imaginario no lo es, seguiremos estando en estos parámetros de entendimiento…- miró su reloj con ansiedad- …Bueno chicos, la seguimos la semana que viene, lean los textos de la Unidad.- Sin esperar que sus alumnos se vayan, salió casi corriendo del aula.

Escapaba, intentaba huir de aquel joven que escuchó toda su exposición sin inmutarse, sin mover de su silla. Salió corriendo, se escapaba de aquellas preguntas, de aquellos ojos. Pero sobre todo tenia sed, mucha sed.

II

-          ¡Pedazo de mierda, ¿entendés?! ¡Vos y los que son como vos! La guita te importa, nomás. A costa de la vida de las personas. Mierda, mierda, mierda!- la voz pastosa de André era casi inentendible.

Tirada sobre una mesa grasosa y vieja, se encontraba gritándole a una botella opaca de marca y contenido que no podía descifrar. A medida que miraba a su alrededor, iba reconstruyendo su memoria con los  retazos que le quedaban sus borracheras. Más de una vez se había descubierto con golpes y sangre en la ropa. Pero pocas veces podía acordarse de que le había pasado. Las imágenes eran borrosas, insultos a alguien odiado, una botella rota en su mano, unas frases como “Dale, pégame como le pegás a ella, la concha de tu madre…”, pero nada más. Pocas veces se acordaba como terminaba tomando fuera de su casa. Siempre comenzaba comprando bebidas en supermercados o sitios donde su persona sea una más entre tantas. Luego empezaba a tomar mientras corregía trabajo de la Universidad. Y, seguramente, cuando su conciencia ya está embotada por los grados de alcohol, se perdía en bares y tugurios de las afueras, donde había pocas posibilidades que colegas y estudiantes la descubran borracha, vomitada, peleando.
Estaba asombrada de la lucidez que tenía en ese momento, pocas veces llegaba a esos tugurios donde podía estar de alguna manera consciente de sus actos. Sin apartar la mirada de la botella, que observaba con ansiedad por saber si todavía tenía liquido en su interior, pensaba en las palabras de Manolo Rayman, el estudiante que había dado su discurso en la clase de la mañana (si esa noche era la noche de la mañana que estuvo en su clase y no otra noche al azar de su vida de alcohólica). …son un grito desesperado por informarnos que nosotros somos los equivocados… Pero intentaba pensar en otras cosas, en desmentirlos con sus propios argumentos, negarlos rotundamente -esas idioteces de Lacan parecen que se están haciendo moda, ¿o no?-Le seguía hablando a la botella que tenía delante de sus ojos.
Mientras seguía bebiendo de la botella opaca, que descubrió que era un whisky barato, se le acercó alguien que se sentó a su lado. La voz era de una mujer joven, pero André seguía mirando la botella, pensando en las palabras de Rayman.   

-          Hola, ¿no?- la voz era conocida para André, pero no podía recordar de qué, ni de dónde.

Siguió abstraída en sus pensamientos, sin darle mucha importancia a la persona que se había sentado a su lado. Mientras apuró su vaso.

-          ¿Y vos sos…?- la respuesta fue áspera y lacónica. Se arrepintió por eso, porque seguramente la conocía y estaba siendo descortés- Discúlpame, ¿nos conocemos?...
-          Siempre igual vos- la voz a su lado sonaba acostumbrada a las reacciones de André. Divertida.

Eso la hizo sentir cómoda, aunque lamentaba no poder saber de dónde la conocía. Finalmente dejó su vaso y miró a su interlocutora. Se quedó sin palabras. Eran sus ojos negros que se quedaban ocultos tras tanto maquillaje lo que la hizo contener la respiración. Les parecían hermosos, sin saber que hacer, agarró de nuevo el vaso y siguió bebiendo.
Con la cara roja de vergüenza volvió a hablar:

-          ¿Me conocés?-
-          Si, te conozco- los ojos hermosos le hablaban con un tono simpático, cómplice, como si guardara un secreto que atesoraban las dos.

Ahora miraba esos labios excesivamente pintados de un rojo carmín, pero que a André le parecían muy sensuales (aquel pensamiento la hizo sentirse muy vergonzosa)

-          Igual no te preocupés, sé que con vos nada…-se hizo un silencio entre las dos. Mientras en el fondo del bar sonaba una cumbia que André no conocía.- Sos la única mujer que viene acá, ¿sabías? Que no venga a laburar, quiero decir. Pero igual, con vos es distinto, para mí es distinto.- Aquella mujer no le sacaba los ojos encima. La forma de hablar con André mostraba que ya existía cierta confianza, que habían hablado muchas veces- El Rifle me dice que venís a tomar acá, nomás. Te odia.
-          ¿Quién? – André no podía entender de qué hablaba esa mujer.
-          El Rifle, te dije. Es el dueño de esto, el que nos regentea.
-          ¿Regentea, dijiste?- las sangre se le había subido a la cabeza. El odio era incontenible- ¿vos me estás diciendo que aquel payaso es un fiolo de este bar de mierda, y que encima yo le pago?-
-          Me gusta mucho cuando te enojás- su risa era chillona, André también le resultaba conocida, le gustaba-. Pero déjame que te diga una cosa. Este bar de mierda es donde laburo, si se le puede decir laburo. Igual desde que le metiste el puntazo con la botella cuando le estaba pegando a la Marta, se le bajaron los humos. Es raro, porque en otra situación te hubiese metido un tiro en la panza, y listo. Chau cantinela. Pero no, se cagó de risa. Dice que sos una chabona con mucho huevo, que te respeta. Desde ese momento no nos fajó más-
-          Pero siguen trabajando acá-trató de unir sus recuerdos fragmentados con lo que le iba contando su compañera de mesa. La botella, un pelado gordo riéndose estruendosamente, los ojos negros de ella, su risa-
-          ¿qué querés qué hagamos? Para vos es fácil. Esto es como una aventura para vos. Te tomás unos tragos, pero cuando te despertás, aunque lanzada y hecha mierda, seguro que tu casa está en el centro, te pagan en blanco…
-          Disculpame…-se sentía una estúpida. Se le empañaron los ojos. La sensibilidad era de lo que más odiaba de sus borracheras.
-          No, bonita. No te pongas mal- le acercó una mano que André no rechazó- igual siempre tenemos estas conversaciones. No te preocupés. Estoy terminando el secundario, quiero ver si estudio algo o consigo otro trabajo, o un trabajo, mejor dicho. Eso es gracias a vos.
-          Me alegra mucho- la mano de aquella mujer la reconfortaba. De repente se le vino un nombre que debería ser el de ella- ¿Elhana?-
-          Si, Elhana. Es raro, pero es lindo- decía mientras jugaba con la mano de André-
-          Sí, es lindo.-
Pasaron un largo momento en silencio, mientras el tugurio se iba vaciando, ya no quedaba casi nadie. André sin saber cómo actuar en aquellas circunstancias, se levantó, tambaleante y salió del lugar.
Ya fuera, escuchó unos pasos detrás de ella. Lo primero que pensó es que seguro era alguna persona con la cual había peleado.

-          Esperá, André- era Elhana que la llamaba desde la puerta del cabaret.

André la espero desde donde estaba. Estaba nerviosa, nunca había estado con otra persona desde que se había divorciado del padre de su hija. Le gustaban las mujeres, de eso no había dudas. Pero nunca quiso estar con una mujer. Quizás vergüenza o prejuicio. Estar con una mujer significaba aceptar fehacientemente de los sentimientos que tenía, mientras tanto era el derecho de la duda el que se imponía. Elhana ya estaba delante de ella, lo que le hizo pensar que quizás la borrachera había sido más honesta que ella.

-          Esperá, linda. Sé qué te olvidás de las cosas después. Deberías aflojarle al chupe, ¿sabés? Pero no era eso lo que te quería decir. Te quería dar las gracias. Quizás no sepas o no te acuerdes, pero me ayudaste mucho. No solo porque fajaste al Rifle. Sino porque me hiciste ver muchas cosas que pensé que no tenía. Un día, charlando, me dijiste que lo que en verdad importaba no estaba en lo que veíamos, sino que estaba acá y acá-  le tocaba la frente y el pecho- que eso era lo único que importaba. Que todos somos luces a la que no le importa el sexo, el nombre, el cuerpo, nada. Solo le importa lo que somos, hacemos, sentimos. Fue lo más lindo que escuché en mi vida-

André no supo que decir, se sentía abochornada, no recordaba nada de eso que Elhana le estaba contando, pero le parecía hermoso igual. Como ella. Tuvo ganas de abrazar y besar a aquella mujer de ojos negros y labios color carmín. Pero no lo hizo.
-          Eso es precioso, Elhana. Pero no recuerdo. Discúlpame, pero me tengo que ir.
-          No hay problema, linda. Ya nos volveremos a ver. Te quiero contar una última cosa. El otro día mientras me cambiaba para venir acá me quedé mirando en el espejo, y me vi, André, me vi. Estaba yo delante del espejo, pura luz, luz de verdad. Ya no era esa puta que se reflejaba en el espejo cada vez que me miro. Era luz, era lo que soy para vos, lo que podemos ser…

André de nuevo no dijo nada. La miró por un momento y salió caminando hacia no sabía dónde.

III
“…Y HACIENDO UNA COMPRA DE MÁS DE MÁS DE $300, PARTICIPAS POR EL SORTEO DE UNA MOTO ZANELLA 50 CC. ¡NO TE PIERDAS ESTA OPORTUNIDAD! MINISUPER MAN-FRU-TAR-GA, DE LA FAMILIA GOMEZ…” Cada palabra que emitía la distorsionada voz de la radio, eran como puñaladas en la cabeza de André.
No quería abrir los ojos, tenía miedo de despertar en cualquier sitio. Aunque estaba escuchado una  radio, igual podía ser que este tirada en la vereda de alguna calle y lo que oía no era más que una radio a pilas de algún jubilado que estaba regando las plantas en pleno amanecer. Tampoco tenía muchas ganas de abrirlos porque sabía que las náuseas la iban a llevar a vomitar. Mientras escuchaba la radio FM que sonaba por alguna parte muy cercana a su casa, reconoció para su satisfacción, de que la ventana de madera de su habitación daba frente a ella. La luz anaranjada que se filtraba por sus aberturas, mostraba que todavía era de madrugada y el alumbrado público seguía encendido. La radio que la sacó de lo más profundo de su sueño era la alarma que había puesto en el despertador, aunque no recordaba haberlo hecho. Cuando se levantó y miró la hora, la radio-despertador le informó que eran las 22:45. Sus borracheras no la dejaban de sorprenderla.
Estaba yo delante del espejo, pura luz, luz de verdad. Si bien le dolía la cabeza, no era como otras veces. Quizás era cierto eso de que el fuego con el fuego se apaga. O simplemente había estado durmiendo un día entero. Todavía sin querer abrir mucho los ojos, buscó a tientas en el cajón de la mesa de luz el paquete de pastillas analgésicas y el de antiácidos. Se los metió en la boca sin siquiera pensar en cómo tragarlos. El gusto amargo y la consistencia arenosa poco le importaban. Ya no era esa puta que se reflejaba en el espejo cada vez que me miro. Mientras seguía masticando esa pasta blanca, cerró los ojos por un momento, seguía sintiéndose cansada. Una playa de arena blanca como el salitre, el agua rosada, el cielo que cambiaba de color entre el azul marino y el morado coagulado. Dos amantes desesperados por amarse. El ringtone del celular la sacó de nuevo del estupor del sueño con resaca.

-¿Sí, quién habla?... Ah, sos vos ¿Qué querés?...No, hace un rato…Me agarró un golpe de frio. En el banco los tarados ponen el aire acondicionado como para congelarte- La voz de André había cambiado repentinamente, como simulando su estado. Mostrándose alerta, decidida- Pero que te tiene que importar si es por el cigarrillo o por el chupe. ¿Desde cuándo te importa mi salud? No te importó cuando estuvimos juntos. No te importó cuando me sacaste a Martinita…Así que no me rompas las bolas…Sabés que no tomo cuando estoy con ella. Sabés que no tomaría si estuviera con ella…Decime que querés porque corto. Ya sé que mañana tengo que buscarla…Sí, que se quede todo el tiempo que quiera- la voz de André se quebró de repente, los ojos se le llenaron de lágrimas. La voz del teléfono había cambiado, ya no sonaba la de un varón, era la chillona voz de una niña- Hola hermosa de mamá, ¿cómo andás? Yo también te extraño mucho mi cielo. Mañana ya nos vamos a ver. ¿Vamos a comer al centro, te parece?- Evitaba largar el llanto que mantenía contenido mientras hablaba con su hija-. Yo también te amo, hija, yo también-

Cuando su interlocutora cortó, ella se quedó por unos momentos con el teléfono en la mano. Como escrutándolo, como queriendo decirle algo que no pudo decirle a su hija. Miró el reloj de la radio nuevamente. Ya eran las once de la noche. Al percatarse de que andaba con la ropa del día anterior decidió bañarse y cambiarse de ropa. Mientras se quitaba la ropa sintió un leve aroma, un perfume que no usaba pero que le parecía conocido. Elhana, pensó. …todos somos luces a la que no le importa el sexo…

La ducha le había asentado muy bien. Bañarse siempre la ayudaba, le daba seguridad, sentimiento de pulcritud, todo lo contrario cuando se encontraba vomitada o adquiría la conciencia de que andaba vagando borracha por los tugurios de la ciudad. Mientras secaba su largo y ondulado pelo se dio cuenta que algo no estaba andando bien. Comenzó a sentir una fuerte presión en su pecho. Primero pensó que solo le había parecido, pero de repente se había quedado sin aire. No podía respirar, unas puntadas en el pecho eran cada vez más fuertes. Pensaba que se iba a morir, y no sabía por qué. Ya sin fuerzas se desplomo en el piso, arrodillada, haciendo arcadas en búsqueda de una gota de aire. En la boca sentía un fuerte sabor metálico, a sal y arena. La nariz le ardía como nunca. No sabía que pasaba, pero estaba muy asustada. Cuando estaba por desmayarse, desde los pulmones y el estómago sintió que subía una sustancia hasta su boca, y terminó vomitando. Pero no era alcohol, no era jugo gástrico y alguna bebida blanca que André había consumido. No era nada de eso. Lo que había vomitado era agua, agua salada y sucia. Como agua de mar. Recién ahí pudo respirar. Las bocanadas intentaban atrapar la mayor cantidad de aire posible, mientras escupía e intentaba sacarse ese olor a mar, a sal.
Una vez recompuesta y ya en su habitación trató de darle explicación a lo que le había pasado. Seguramente había tragado agua mientras se bañaba. Se había quedado dormida de nuevo como tantas otras veces y había tragado agua. Pero no podía explicar la falta de respiración. Quizás no había explicación. Quizás solo estaba enferma.
Mientras se cambiaba seguía pensando en la conversación que había tenido con su hija. No había otra cosa que amara más que a ella. Pero no podía vivir con ella. Su marido era un imbécil, pero ella era una alcohólica. Estaba enferma. Y hasta que eso no cambiara era mejor que este con un imbécil y no con una borracha que se vomita encima y pelea con proxenetas en la calle.
Una vez vestida de entre casa se dispuso a prepararse algo de comer y corregir unos parciales que le habían quedado atrasados de la semana anterior. No tenía sueño, así que se podía quedar toda la madrugada trabajando y luego buscar a su hija para desayunar y pasear juntas. Sin embargo, mientras salía de la habitación sus pies descalzos fueron sorprendidos por mucha cantidad de agua que había en el piso de la cocina. Toda la cocina estaba inundada, el piso rebalsaba agua. Lo primero que hizo fue buscar la fuente de aquella cantidad de agua, pero no encontraba. No venía del baño, ni de las canillas. Confundida, miró al techo y se dio cuenta que venía de allí. Unos tenues pero consistentes cursos de agua chorreaban por la pared de la casa. Era lo más extraño que le había sucedido. Seguramente venía del tanque de agua, pero no se escuchaba sonido alguno que demostrara aquello. Por instinto, mojó sus dedos en el agua del piso y la probó. Era salada, como la que había vomitando. Seguía sin entender nada de lo que estaba pasando.
Luego de haber secado el piso y ver que ya no salía agua por el techo, se dejó una nota en la heladera para no olvidarse de que tenía que buscar un plomero para ver cuál era ese problema que le había inundado la cocina. Mientras había puesto a calentar agua para tomarse un café cargado. En la radio que momentos atrás promocionaba la rifa de una moto, ahora se oía un tema de Arjona “…como olvidarme de Marta…”. Por un momento se sonrío, la idea de estar con su hija la ponía de humor, aunque pensara que Arjona era un imbécil como su marido y todos los que pregonan esas ideas edulcoradas de machismo que ella llamaba “2.0”. De repente un ruido extraño le tapó los oídos. Arjona seguía sonando en la radio, pero André lo escuchaba ahogado, obtuso, grave. Como si sonara desde dentro de una pecera. Mientras buscaba destaparse los oídos con sus meñiques, lo vio ahí. La estaba observando. Se trasladaba plácidamente por el aire de la cocina. Dando giros, rodeando la heladera. Moviendo rítmicamente la boca, sus branquias, sus ojos sin parpados, vidriosos. Un pequeño pez nadaba en el aire de la cocina, y André lo observaba maravillada.
Ya sin saber si estaba soñando o perdida nuevamente en una borrachera, o estaba allí, sin explicación, pero allí al fin. Lo primero que pensó fue que quién había dejado la ventana abierta para que el pequeño intruso se metiera sin previo aviso. Pero ese razonamiento, cuando se dio cuenta de lo absurdo que era, la hizo estallar en una sonora carcajada.  Ahora se había movido hacia el rincón donde se encontraba la computadora, husmeando (si es que los peces husmean) entre uno de los parlantes y el mouse. El pez, al percatarse de la otra presencia también se acercó. Ella estiró la mano para tocarlo, su piel era tan suave y fría que rápidamente le recorrió un escalofrío por la espalda. Mientras tanto, el pececito había comenzado a girar alegremente entre los dedos temblorosos de André.        
Miles de imágenes se le vinieron a la cabeza. Suposiciones, intentos de dar respuesta a la escena que era protagonista, junto a su pequeño visitante. Y como una epifanía, comenzaron a aparecer escenas de cientos de sueños e imágenes fragmentadas que había tenido estando borracha, o con resaca. La mayoría de veces sucedían en el mismo sitio. La misma playa con el mismo color, las mismas formas, los mismos amantes. Un día, cuando volvía de la Universidad, y la boca le latía de sed, de esa sed de alcohólico. De repente, dando vuelta en la esquina, en búsqueda de una despensa que le venda alguna cerveza, se encontró nuevamente en esa playa, en ese extraño sitio. Suponiendo que era una especie de visión por abstinencia, o algo similar, solo siguió caminando en búsqueda de un trago. Esa vez no estaba la habitual pareja, solo estaba la mujer que miraba un poso de arena al que le estaba hablando. Era como si hubiese estando moldeando un rostro humano en ella. André siguió caminando sin prestarle mucha atención, ella tenía sed, mucha sed. De repente se encontró corriendo desesperada. Corría al encuentro de alguien que no sabía quién era y por qué. No sabía pero debía alcanzarlo, encontrarlo, aunque en ello se vaya su propia vida. Pero no lo alcanzaba, no había nadie allí más que esa mujer y el rostro de arena, pero André sabía que estaba perdiendo a quien buscaba. Exhausta de tanto correr, se dejó caer en el suelo, dejando escapar unas lágrimas que mojaban las rosadas agua del mar que estaba extremadamente clamo, sin una sola ola. Las pequeñas lagrimas formaban unos aros que se iban dispersando en la inmensidad del agua. Mientras, pensaba por qué se sentía tan triste, por qué corría hacia algo que no podía alcanzar. A lo lejos, la mujer que hasta hacía unos momentos miraba una forma humana en la arena blanca, había desaparecido  mientras se escuchaba a lo lejos un tintineantes sonido metálico.
Mientras seguía mirando el lago y se enjuagaba las lágrimas con su camisa, se dio cuenta que el algo ya no era rosado, sino transparente, cristalino. Su transparencia era tal que se podía observar hasta el fondo de ese mar. Y allí había una casa, su casa. Idéntica, una versión de su casa pero en ese fondo de mar. Y mientras ella observaba azorada lo que se le presentaba debajo de ese mar, vio que de la puerta de la habitación apareció un pez, un gigante pez humanoide que no dejaba de mirarla mientras sus branquias buscaban oxígeno y alimento. Se quedaron en silencio, observándose, sin decir una palabra. Cuando se quiso dar cuenta, ya no había mar, ni pez, ni agua rosada. Era el reflejo suyo en la canaleta de una calle. Sin pensarlo dos veces, se levantó y salió corriendo, esperando que nadie conocido la haya visto. Mientras corría siguió pensando en el pez, pero sobre tenía sed, mucha sed.

Mientras tanto, el pececito seguía su recorrido sin observarse un motivo aparente. Flotando entre los dedos de André, como un espiral. Todo se iba abroquelando en su mente. Primero las palabras de aquel alumno, luego de aquella joven hermosa, Elhana, y ahora ese pececito. “Quizás…quizás lo que me dijo aquel Rayman no estuviera tan alejado de la verdad, hasta puede ser cierto… ¡Y POR QUÉ NO! Quién ha podido demostrar que lo que nos muestra los ojos sea LA realidad. Puede ser que yo sea uno de ellos, quizás vemos otra realidad o de distinta manera, cosas que muchos no quieren ver. El pez se pudo encontrar de repente extirpado de su azul y verde estanque, y ahora asombrado ve que se encuentra en mi casa, observando a una humana o a un fulgor. O tal vez sea yo la que se encuentra usurpando su habitad”.
Pero André no se resignaba “Puede ser que nuestra realidad no se rija por leyes de exclusión lineal, quizás miles de realidades se funden y por alguna causa intervienen mutuamente de manera magistral”. Se sentía muy excitada, era testigo de aquel suceso incomparable, donde un estanque y su casa se fusionaban en la misma escena. Sonreía maravillada. 
Se dirigió a la cocina para prepararse un café. Mientras esperaba que el agua se calentara, se había prendido un cigarrillo y se descubrió pensando en Elhana. Iba a tratar de encontrarla de invitarla a salir, de preguntarle quien era, sin alcohol. Solo ellas dos. Tiró la ceniza del cigarrillo y se puso a azucarar el café que ya estaba listo. Antes de sentarse en el escritorio le dirigió una sonrisa a su nuevo visitante.   

IV

            El cielo estaba morado, y las aureolas boreales giraban sin cesar a lo alto del cielo. A lo lejos, de nuevo, estaban los dos amantes, pero ya no había desesperación. Solo había paz, como si el tiempo ya no era un enemigo para ellos dos. André iba caminando por esas playas, pero no sentía como si lo estuviera haciéndolo. Se sentía más liviana, como si flotara. Cuando escrutó su cuerpo, no había cuerpo allí, era solo una luz incandescente blanca, que iba moviéndose por la arena de aquella extraña, pero ya familiar, playa. De repente sin darse cuenta, al lado de ella, iba otra luz, acompañándola, paseando por la playa blanca. Rápidamente lo supo. La voz de Elhana sonaba desde el centro de esa luz

-          Qué lindo lugar  es este, André
Y André sin poder dejar de mirar esa luz que la acompañaba, dijo:
-          Pero no tanto como vos

Se escuchó a Elhana reír, mientras seguían flotando por esa playa blanca de cielo morado.  



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