jueves, 18 de abril de 2013

Elegía (o no tanto) a las aguas que suben, que siempre suben


Eh escuchado una vez, o me ha parecido, que las aguas bajan turbias. Bajan turbias porque antes han subido, y muchas veces un mar llamado por la luna llena, bajo el cielo estrellado, puede ser bello. Puede ser bello verlo reflejar aquella circunferencia plateada sobre las olas azules. Pero muchas veces aguas que no debería estar donde están comienzan a subir, y subir, sin parar, y no reconocen ningún orden imperante de “basta” o “atrás”. Y el agua ya no se posa sobre la arena de aquella playa lunar. El agua usa de cause las calles empedradas, asfaltadas, de tierra, no discrimina. El agua ha pasado por las calles, doblando las esquinas, usando a los automóviles como barcos de papel, como un castor imaginario haciendo diques, con barro, árboles, autos, humanos…


Y esta historia que en otras circunstancias podría pecar de surrealista, es tan real como el odio que ha despertado. Porque el agua subió, subió, sin parar, sin tomarse un minuto, desbordando canales que debieron ser planificados. Subió un agua de lluvia que debió ser encausada. Subió metros, y metros, tapando las casas, haciendo de una provincia, su Venecia, su Venecia negra, una Venecia gótica, una tragedia griega donde mueren los que siempre mueren, donde se ahogan lo que siempre se ahogan, aquellas personas que han levantado su hogar con sus manos, y que le han robado, y ahora los han ahogado.
Y el agua bajo, turbia, negra, con barro pútrido, con sangre que se mezcló con el odio de los vivos. Porque allí vieron, que las aguas rebalsaron ante tanta no obra, ante tanto subsidio a ricos, porque los han ahogado los que viajan de vacaciones y se borran ante sus responsabilidades.
Pero el agua, aquella que subió ante tanto Shopping ajeno, ante tanta especulación inmobiliaria, y luego bajo dejando como adornos de navidad a cuerpos hinchados ante  su muerte inocente, donde sus objetos fueron entregados a un Poseidón implacable y sedicioso, pero también aquella agua hizo brotar pequeñas semillas que el clima desértico de esta época no había dejado crecer: la solidaridad.
Por eso, cuando los edificios individualistas sigan creciendo, y sus dueños puedan ser libre de viajar por paramos donde los que se ahogan no pueden, cuando el agua use de cause las calles, y los culpables veraneen implacables, la semilla de aquel árbol crecerá, y las grietas romperá los edificios, y encausará los arroyos, y estrujará a los culpables. 

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