domingo, 30 de diciembre de 2012

Año nuevo, año de vida nuevo y relato "Bestias Coloniales"


Hoy vuelvo con otro relato con una pequeña introducción. Un 31 de diciembre de 1988, a las nueve y media de la mañana, según me han dicho, mi madre, anestesiada y con un corte de media panza, hacía que una pequeñez inconsciente saliera de la bolsa con líquido amniótico. A ese ser, luego de unos días le pusieron dos nombre y un apellido, Jorge Emmanuel Soria. Ese, en este mismo momento, escribiendo en una notebook, soy yo, por cumplir 24 años. Uno no se da cuenta, pero casi viví un cuarto de siglo, creo que un numero considerable, aunque parte de esos años fueron inconscientes y condicionados por la vida de otras personas.

En otro Post había escrito la importancia de la vivencia y de la experiencia para moldear en cierto sentido lo que somos, y en ese sentido mi militancia y mi literatura. Por eso hoy le quiero dejar un cuento que escribí en el 2004 (si la fecha con la que aparece en el borrador no miente), es decir que tenía unos 15 años. El cuento lo titule “Criaturas en la Revolución”, aunque le cambié el nombre por “Bestias Coloniales” y solo lo redondeé y agregué algunos datos, pero está casi como cuando lo escribí en aquella época. Una vez leyendo un ensayo sobre la literatura de Stephen King, decía que uno puebla de símbolos su literatura, pero que los encuentra cuando lo lee por segunda vez. Y ayer, cuando lo mejoraba, me quedé pensando en eso. Primero, como otros borradores que tengo de aquella época, la recurrencia de la violencia hacia las mujeres, aunque con fuertes tonos pesimistas. Pero principalmente le presté atención al titulo “Criaturas”, y cuando iba releyéndolo me quedé con una imagen, que seguramente quise hacer referencia a monstruosidad del animal que aparece, pero también de la bestialidad del burgués protagonista. Y donde aparecería una pregunta que sería ¿Quién es de los dos más bestia? Así que como parte de mi nuevo año de vida, les dejo un relato de cuando era mas joven. Saludos.   


Bestias coloniales

13 de Febrero de 1798                    Santa María de los Buenos Ayres

En estas líneas me dirijo a vuestra majestad con todo el respeto y las bendiciones que os merecen, para informarle que mi persona esta encargada de un grupo que analiza las reacciones de vuestra bien amada naturaleza. En esta carta que os envío le informo que hace unos mese atrás hemos capturado una especie de roedor en la campaña de la Capital del Virreynato. Todavía no hemos podido establecer fehacientemente de que animal nos hacemos referencia. Pero según unos tratados que estaban en manos de unos miembros de la Compañía de Jesus, es un Conejo, que proviene de la familia de la liebre europea. Sin embargo las proporciones del mismo no cuadran con las descripciones del sacerdote que emitió el tratado. Es un animal muy grande, tiene el tamaño de un perro adulto. En su lomo el cuero siempre está erizado, como en alerta constante; debajo de la mandíbula tiene un buche de gran tamaño, casi del mismo diámetro que su cabeza. Pero lo que más nos llamó la atención, y perdone vuestra majestad si peco de exagerado, ese animal es diabólico. Es parte de las huestes de Satán, le ha arrancado el brazo a uno de los criados que andaba con nosotros. Logramos atraparlo y ponerlo en una jaula de hierro, pero no sabemos hasta cuando podemos mantenerlo así.
Le enviamos esta misiva para pedirle consejo, además para avisarle del peligro de esa bestia, porque no pudimos saber si es solo un espécimen deforme o andaba con otra de las mismas características.

Me despido dándole las mayores bendiciones a su majestad.

Ricardo Mojara

Nadie sabe que sucedió realmente, pero ellos de un día para el otro desaparecieron.
Corría el 1800 en el Virreinato del Rio de La Plata. Con sus casas grandes y espaciosas donde habitaban los buenos vecinos, sus calles empedradas, sus vendedores ambulantes o esperando en la Plaza central junto a la recova. Junto al Cabildo es donde mayor actividad había: mulatos vendiendo lo que producían, o muchos de ellos yendo al Río que le habían puesto Del Plata, para lavar las ropas de amos y no amos. Varones, morenos, zambos, indios, parados en las esquinas, vendiendo agua para aquellas casas sin pozos, velas paras las noches con o sin luna. Pero volvamos al Cabildo, hermoso edificio alargado donde los altos señores de la sociedad se guiaban los designios de la ciudad.
Hora vayamos a una de las tantas calles empedradas, pero donde estaba una de las casas más importantes de la sociedad rioplatense, la del español Rodrigo de Mismar. Hijo de un noble menor de Cadiz que cuando era un adolescente había cruzado el oceano para convertirse en un comerciante adinerado basado en las Flotas y Galeones de la Corona. Su gran caudal le hubiese permitido ser parte permanente del cabildo, y más aún como peninsular, pero no le importaba eso, aunque siempre participaba de los encuentros con los miembros del Cabildo y donde su voz era importante. Prefería pasarse horas y horas en los montes de la campaña en caza, su gran diversión.
La Casa era hermosa. Casi ocupaba una cuadra entera si también se tenía en cuenta el jardín de la misma. Una gran puerta de madera caoba eran acompañadas por dos ventanas con falsa bóveda en sus costados, sin postigos pero con rejas de hierro trenzado. El techo era plano, compuesto por tejas coloradas, a los finales terminaba haciendo una bajada para que pudiera desagotar el mismo ante la lluvia. Entrando por la puerta se podía apreciar la decoración, donde en su mayoría eran pinturas y algún que otro tapiz de las Indias. La casa estaba  compuesta por una oficina donde se ocupaba de sus negocios Rodrigo, un gran salón donde él era anfitrión de las tertulias que hacía en su casa. También tenía un gran comedor y un salón de juego, y por supuesto las habitaciones, tantas que debería tener decenas de hijos para completarlas. El Jardín casi tenía el mismo diámetro que la casa. Apenas se salía por la puerta trasera se podía ver un gran aljibe lo que hacía inútil el aguatero para el magnánimo Rodrigo. A su lado, casi tapándolo con su sombra había un duraznero crecido. En realidad entre los criados de Mismar le llamaban jardín, pero mucho de jardín no tenía, además del aljibe y el duraznero, no había otra cosa verde. Había sido empedrado por propio pedido de Don Rodrigo.
Al final del Jardín estaba el lugar donde habitaban los esclavos y criados de Rodrigo de Mismar. Ahí nada era bello y espacioso como en la casa del frente, nada de eso. Era un pequeño cubículo hecho de madera donde tenían que vivir los 6 esclavos que tenía el señor de la casa a su orden.
Este gran comerciante se había casado con Dolores Mitre, oriunda de una acaudalada familia cordobesa que mantenía negocios con Mendoza y Chile. Antes de conocerse ya se había acordado el casamiento. Común forma de arreglar negocios les gustaba decir a los señores comerciantes criollos y peninsulares, no tan feliz para con Dolores, nombre que a ninguna otra mujer le hizo mejor honor, trágicamente mejor.
Muchos inocentes e ilusos dirán que de Mismar era de esas personas que no le faltaba nada, un ejemplo de personalidad, pero lo que le faltaba en demasía era bondad. Pero no solamente era una persona perversa y violenta, sino que también era el maestro del disfraz, porque estando fuera de las paredes de su casa que lo ocultaban, el era otro, o aparentaba otro, no lo sabemos. Para la opinión publica, para las altas esferas de la sociedad rioplatense, Rodrigo de Mismar era un caballero y actuaba como tal. Pero dentro de su hermosa casa no era más que un verdugo de un infierno terrible. Más de una vez mató a esclavos a latigazos porque se había levantado de mal humor. Nadie le importaba sus vidas, que se vendían al mismo nivel que lo hacían con el charqui, pero si Rodrigo no hubiese amado devotamente el dinero, hubiese matado más. A Dolores siempre la había golpeado brutalmente sin ningún motivo, hasta que la dejó postrada en su cama hacia sólo un año.
Dolores era una joven muy tranquila, pero además de eso temía mucho a su esposo, de sus golpes, pero también de lo que podía ser de su vida si se iba de su lado. Pero hacía un año se había cansado de la situación y quiso escaparse. Había buscado el día perfecto, cuando había vuelto un barco portugués con esclavos de Río. Ella había guardado sus maletas para escaparse, pensaba volverse a Córdoba con sus padres, pero cuando todavía estaba en su casa había vuelto Rodrigo por unos papeles que necesitaba. Lo que le hizo no vale la pena entrar en detalle, pero con un martillo le había quebrado los dedos de los pies. Dolores hubiese preferido morir ante aquel dolor agónico, pero un medico la estuvo cuidando para su recuperación, uno de los tantos médicos que Rodrigo de Mismar, el caballeroso pagaba el silencio. Desde aquel momento Rodrigo no había golpeado más a Dolores, pero ella tampoco había vuelto a caminar, los dolores desgarrantes de los pies le impedían poder estar parada por mucho tiempo.

Ese era Rodrigo de Mismar que había desaparecido, podemos decir con justeza, aunque lamentablemente también lo hicieron Dolores y sus esclavos.
La última vez que lo habían visto a Rodrigo había salido de caza con algunos amigos que compartían su diversión. Muchos opinaban, en las pulperías, en las noches, que esas personas no solamente le gustaban cazar animales cuadrúpedos, sino que también se deleitaban matando algún gaucho que encontraban en su camino. Pero eso nunca pudo comprobarse. Habían salido de caza como tantas otras veces en busca de alguna liebre o lo que fuera a lo que pudieran disparar, cuando lo vieron. Era como una liebre, pero de un amarillo casi impoluto, el tamaño era más grande que los perros con los que andaban. No se movía del lugar de donde estaban, babeaba pero no se movía; unos ojos rojos, grandes, como los botones de su casaca, lo miraban. Por los que estuvieron ahí, de Mismar pensó que era un animal hermoso, magistral, hecho para personas como él. Pudieron agarrarlo fácilmente y se lo llevaron vivo.

Cuando llegó a la casa, ordenó a sus esclavos a que vayan a comprar una jaula grande de hierro y que mientras tanto. El animal seguía babeando, pero estaba tranquilo no se movía, lo acaricio, y el animal se estremeció pero se quedo quito. Pensó que quizás era mejor dejarlo suelto hasta que consiguieran la jaula. En ese momento fue a su habitación para descansar.

De aquel momento no se lo vio más. Como se sabe, los grandes señores son buenos guardando secretos, pero lo cierto es que todos los que habían habitado aquella casa ya no estaban. El rumor que más fama tenía era que se habían ido a España ante los problemas que estaba teniendo con el comercio por culpa de los portugueses e ingleses. Pero había otro, al que nadie le hacía caso por su poca verosimilitud. Muchos dicen, que un día, al volver de controlar sus negocios, comenzó a llamar a su casa pero nadie le respondía. Furioso fue hacia la cabaña de los esclavos y vio alo que lo aterrorizó, era un festín de sangre, solo huesos largos roídos, con algunos girones de ropas y sangre mucha sangre. Miró el jardín, pero no estaba su conejo. Buscó la escopeta y fue a las habitaciones, fue siguiendo el rastro de unas pisadas que manchaban de sangre el piso brilloso de cerámica. Cuando llegó a la habitación de Dolores, ahí estaba ese conejo, con su hocico manchado de sangre, con esos ojos rojos, pero la baba ahora lo acompañaba de una dentadura salvaje, se le abalanzó. Rodrigo le disparó, pero la bala solo rasguño la piel ya no tan blanca de ese espécimen.


“Una organización no gubernamental de paleontólogos que se encarga de buscar especies en extinción en lo que en la actualidad es la Republica Argentina, han encontrado restos extintos de una especie de Conejo que fue del tamaño de un lobo o solo una deformación congénita de esos adorables roedores. El análisis está en pleno desarrollo, pero los primeros resultados dan muestra que los restos datan de principios del siglo XIX, aunque pudo ser una especie prehistórica, predecesora del conejo o liebre. Lo que más llamó la atención, dijeron los científicos, es que además de su tamaño tenían desarrollado el maxilar de tal manera, que seguramente era una especie carnívora de medianos animales”    

Fragmento de un articulo del Diario Clarín, con fecha del 13 de diciembre de 2004  




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