jueves, 24 de enero de 2013

Relato "Forja". Parte 2





Los sonidos del despertador que se mezclaban con los del trabajo, ahora se unían al de la caja pedalera vieja y oxidada. Mientras seguía al ritmo de los ruidos, seguía mirando el cielo embotado con la misma desconfianza y miedo que cuando estaba dentro de su casa. Aunque en aquel momento el miedo era mayor, allí estaba expuesto, cualquier gota que cayera desde el cielo chocaría con el cuerpo, sin pensarlo dos veces, se frenó en la banquina de la ruta y se puso la el rompevientos con la capucha cubriéndole toda la cara. A lo lejos se comenzó a divisar el gran tinglado de chapa donde funcionaba FORJA, apuró un poco el movimiento mientras el gris del cielo se confundía con el del asfalto gastado.

Aunque ya hacía bastante tiempo que se había levantado y atemperado al nuevo día, las articulaciones le seguían doliendo. Entre quejas y jadeos de cansancio se quedó pensando en la mujer que se había quedado en el rancho. La orquesta sonaba dentro de la Sociedad española. Se acordaba aquel día que cuando lo invitaron no quería ir porque estaba cansado por la carga de fardos. Pero cuando la vio a ella no se arrepintió de ir cansado. También se acordaba de las miradas inquisitivas de los vecinos, de sus padres, la sonrisa de ella, él sintiéndose como un estúpido, sin saber bailar pero de alguna manera se le tenía que acercar. También recordaba cuando se escaparon al patio, y aquel beso, primero casto, luego más agitado, la mano de él y la de ella buscando la piel debajo de la ropa. Pero de eso ya hacía mucho. Ya no sentía nada, no quería hablarle. La quiso, si que la quiso, pero tenía miedo, o vergüenza de que ella descubriera, escuchara los sonidos que el sentía dentro de la cabeza. Lo que tenía terror es que descubriera que los sonidos no estaban en su cabeza, sino en la realidad, como los que escuchaban todos los trabajadores de FORJA.
Y todo eso le hizo acordarse del Pelado. Pobre Pelado, pensó. Cuando comenzó a trabajar en ese lugar no le gustaba hablar con sus compañeros, aunque si lo hubiese querido se le hubiese hecho imposible, ya que ellos tampoco hablaban entre ellos. Pero con el Pelado era diferente, siempre con una sonrisa, lo invitaba a que lo acompañara a fumarse un cigarrillo en los tiempos libres. Mientras se fumaban el cigarrillo, hablaban de lo que habían visto en la televisión del bar, de la vida, de la transmisión de boxeo por la radio. Pero eso con el paso de las semanas fue cambiando, el Pelado ya no sonreía tan seguido cómo cuando lo había conocido, lo evitaba en los tiempos libres. Un día preocupado por la situación le fue a preguntar por qué del cambio de actitud, y con la cara demacrada y más flaco que lo normal le dijo que no se lo tomara mal, que no era de mal tipo, que lo disculpara, que la salud lo estaba maltratando. Todas palabras que las pronunciaban con un esfuerzo por encima de lo normal. Él se lo había quedado mirando sin entender hacia donde quería llegar. Le dijo que le prestara mucha atención, que el trabajo era duro, que a eso no se lo tenía que decir, pero que se acordara que la vida era corta, que había que aprovechar como sea, que había que disfrutar. Había que disfrutar porque el tiempo pasa y uno cuando se quiere dar cuenta no tiene más que la fábrica. Que cuando te querés dar cuenta no sos otra cosa que una parte de la fábrica. Mientras seguía pedaleando y pensado, se dio cuenta que eso no era lo que le había llamado del todo la atención, que había más. Lo que ahora creía comprender era lo que había pasado luego. Cuando terminó de hablar, el Pelado se levantó de la planta donde estaba sentado, y ahí lo escuchó. Lo que escuchó es lo mismo que no quiere comprobar con la persona que había conocido en el baile, con la que se había escapado al patio del salón.
A medida que ya llegaba a la fábrica, dejando la ruta para meterse a un pequeño camino de tierra, los sonidos ya no eran imaginarios, sonaban como una orquesta metálica sin coordinación. Dejó la bicicleta donde había otras, se bajó de la misma no sin esfuerzo, miró por última vez el cielo ennegrecido, movió las articulaciones agarrotadas, y entró a FORJA. Varios compañeros habían llegado antes que él, y estaban delante de la maquina de fichar el turno de trabajo. Mientras la misma funcionaba, se imaginó que cada uno de los ruidos que hacía la maquina era un movimiento que les sacaba una parte de sus vidas, cada uno de esos agujeros eran parte de su mismo ser. Además, arriba había un reloj, eso lo hacía enfurecer, donde le parecía que cada uno de sus tic-tac era una mofa hacía ellos, se burlaba porque él controlaba sus vidas.
Luego de que los pensamientos se le hayan ido con el sonido de su fichada, se dirigió al final del tinglado, que era donde trabajaba. Todos sus compañeros, juntos con él, iban caminando en silencio, aunque los ruidos de las maquinas encendidas poco dejaban escuchar. Una vez en su puesto, se sentó en un banquito tapizado de manera rudimentaria y comenzó a atrabajar…Fichó de nuevo, el segundo agujero que hizo en la misma ficha le dio menos lastima que el primero.
Cuando llegó a la puerta de salida, comprendió lo que sucedía. Algunos de los compañeros que debían llegar para ocupar el próximo turno entraban empapados, terriblemente mojados. Sus rostros desencajados por el miedo lo contagiaron, no solo por lo que tuvieron que soportar, sino por lo que ellos debían enfrentarse. De solo pensar que su piel tendría que soportar el agua caer por su piel encallecida, a través de su ropa de grafa, lo hacía poner la piel de gallina.
Los que habían estado trabajando en su turno estaban amontonados delante de la puerta, solo dejando un espacio para que puedan pasar los pocos que llegaban. Se hizo un espacio entre ellos y se puso a mirar el cielo que largaba agua a borbotones, la lluvia parecía que no iba a terminar nunca. El solo hecho de imaginarse que podía mojarse, lo hacía estremecerse. Y por la cantidad de compañeros que estaban amontonados en la puerta, no era el único. Así fue que prefirió quedarse en el resguardo del techo hasta que la lluvia amainara un poco. Todos delante de la puerta miraban la lluvia, esperando lo mismo que él. Todos en silencio, moviéndose lentamente, emitiendo aquel sonido.

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