miércoles, 21 de agosto de 2013

A 73 años del asesinato de León Trotsky, su testamento.

Hoy moría, hace 73 años, uno de los máximos referentes de la revolución socialista: León Trotsky. Hablar de él o que yo escriba algo quedaría enmudecido ante la inmensidad de su vida y sus acciones. Desde el momento en que Stalin se hizo con el poder en la Unión Soviética, los epígonos de éste, como los voceros de lo más variopinto del imperialismo nos han perseguido, nos han matado, nos han querido destrozar. Pero ante cada camarada que dejaba su vida en algún campo de concentración de nazi o estalinista, o cualquier cárcel oscura de otro país, surgían otros que seguían levantando las banderas de su lucha. Y eso habrá enfermado a sus enemigos, a Stalin, porque tuvo que matarlo queriendo terminar con su negación, pero nunca lo mató, nunca mató su lucha. Y es tan así que sigue en las bocas de los ideólogos del capital, diciendo mentiras, queriéndolo matar de nuevo.   
            Ya son más de setenta años, y sus ideas siguen en cada uno de nosotros que abrazamos esta noble causa, el fin de la explotación del hombre por el hombre.


            Pero como prometí que mucho no iba a escribir yo, que mejor homenaje que dejar sus palabras. Aquí, su testamento que redactó antes de morir. 

"Mi presión arterial alta (que sigue aumentando) engaña a los que me rodean sobre mi estado de salud real. Me siento activo y en condiciones de trabajar, pero evidentemente se acerca el desenlace. Estas líneas se publicarán después de mi muerte.
No necesito refutar una vez más las calumnias estúpidas y viles de Stalin y sus agentes; en mi honor revolucionario no hay una sola mancha. Nunca entré, directa ni indirectamente, en acuerdos ni negociaciones ocultas con los enemigos de la clase obrera. Miles de adversarios de Stalin fueron víctimas de acusaciones igualmente falsas.
Las nuevas generaciones revolucionarias rehabilitarán su honor político y tratarán como se lo merecen a los verdugos del Kremlin.
Agradezco calurosamente a los amigos que me siguieron siendo leales en las horas más difíciles de mi vida. No nombro a ninguno en especial porque no puedo nombrarlos a todos.
Sin embargo, creo que se justifica hacer una excepción con mi compañera, Natalia Ivanovna Sedova. El destino me otorgó, además de la felicidad de ser un luchador de la causa del socialismo, la felicidad de ser su esposo. Durante los casi 40 años que vivimos juntos ella fue siempre una fuente inextinguible de amor, bondad y ternura. Soportó grandes sufrimientos especialmente en la última etapa de nuestras vidas. Pero en algo me reconforta el hecho de que también conoció días felices.
Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luche bajos las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud.


Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul, y el sol brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente." 

(Coyoacán, México, en agosto de 1940)














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