domingo, 3 de febrero de 2013

Relato "Forja" parte 4


  Le pareció el viaje más largo de su vida. Cada una de las pedaleadas era un sufrimiento constante. El agua que se filtraba y le mojaba la piel lo quemaba como los vampiros con la luz del sol; las articulaciones hacían que cada movimiento se le escape un quejido. Y como si eso fuera poco, los crujidos de la  bicicleta parecían que se iba a quebrar. Pero no podía permitirse ser otro valiente más que iba a yacer en el suelo mojado de la zona. La oscuridad era total, solo podía ver apenas las marcas de la ruta, pero muchas veces pensaba que se las estaba imaginando. Un auto que venía frente a él lo encandiló y casi lo hizo caer de la bicicleta, pero también le permitió poder ver si venía bien por el camino. Mientras el automóvil seguía alumbrando vio que en la banquina, del lado por donde iba a cruzar el automóvil, había una bicicleta muy destruida con las ruedas descentradas y el cuadro casi partido en dos.   

El conjunto de casa donde estaba la suya ya la podía ver, la cara le ardía mucho y las articulaciones aún más. Siguió pedaleando con todas sus fuerzas, los ruidos de la caja era cada vez más fuerte, los demás ruidos metálicos también. Siguió pedaleando, siguió pedaleando….Finalmente se encontró debajo del toldo de su casa, por unos segundos solo atinó a recobrar el aliento, aunque para su sorpresa descubrió que no estaba agitado, aunque le dolía todas las partes e su cuerpo.
Cuando intentó bajar de la bicicleta, no pudo. Intentó una vez y no pudo, probó otra vez y con el mismo resultado. La rigidez de las articulaciones al mantenerlas en la misma posición lo llevó a que no la puedan flexibilizar para poder pararse y bajarse de la bicicleta. Jorobado y con las manos en el manubrio se fijó que todavía estaba levantada. Con mucho dolor comenzó a hacer esfuerzos para poder despegarse de la bicicleta. Intentó tomarlo con calma, se concentró en una de las manos, probó una vez, probó otra vez, y finalmente en el tercer intento la mano derecha logro despegarse del manubrio, aunque todavía mantenía la forma circular como si la seguiría agarrando. Cuando comenzó a probar con la segunda mano, escuchó detrás de él que la puerta mosquitera y la de chapa se había abierto. Detrás de él escuchó la voz de la mujer que le decía que porque había tardado tanto, si salía del trabajo a las dos y ya iban a ser la una de la mañana; que nunca hacía esas cosas, que por la lluvia que se había levantado se había preocupado por él. Pero no contestó nada, siguió arriba de la bicicleta, disimulando que estaba pensando, que no la escuchaba. Pero la escuchaba, pero no quería que se acercara, que lo viera así, que lo escuchara. Finalmente escuchó el sonido de la puerta de nuevo que se cerraba, no sin antes decirle casi entre llantos que había hecho ella para que la tratara así, y de nuevo no contestó. Comenzó a probar de nuevo con la otra mano, que le fue mucho más fácil, ya que se pudo ayudar con la otra mano. Con los pies fue aún más simple. Sin embargo cuando se pudo bajar de la bicicleta seguía jorobado, lo que le llevó también un esfuerzo y lagrimas de dolor adicional. Cuando logró acomodarse un poco entró a su casa.
Lo primero que hizo una vez dentro de la casa fue buscar un toallón para poder secarse. Aquello le hizo arder la cara aún más, cuando miró el color del mismo, se había teñido de un marrón rojizo, dejó el toallón en una silla de la cocina-comedor. Ya un poco más tranquilo por haberse podido quitar el agua y no ver cerca a la mujer fue a prender la radio, pero apenas la tocó le dio corriente. La dejó donde estaba entre insultos y se preguntó extrañado que no había comido en todo el día y que tampoco había ido al baño.
Cuando se dirigió hacia el baño se dio cuenta que su cuerpo estaba haciendo mucho ruido, hacía que siguió intentando ser lo mas silencioso posible, pero el chirrido de engranaje seguía allí. Se había olvidado el farol en la cocina-comedor, así que fue hacía allí para luego volver al baño. Lo primer que hizo cuando dejó el farol en el bidet, fue mirarse. El reflejo anaranjado de la luz le devolvió un rostro moreno, amorronado sería la palabra correcta, con manchas. Hizo un chasquido con la boca. Le preocupaba todo aquello, con los compañeros del trabajo no había problemas, porque estaban en la misma situación que él, pero ella, que le iba a decir a ella. Mientras pensaba aquello se dio cuenta que el pensar en que le iba a decir le causaba gracia.
 Si miró unos segundos más y se comenzó a bajar la bragueta para orinar, aunque sin ganas de hacerlo. Pero rápidamente se dio cuenta que algo no estaba bien, nada bien, aunque mejor dicho algo más no estaba bien. En vez de haber agarrado el pene, tenía entre sus dedos un caño. No había pene, no había cilindro gelatinoso, el cilindro era de hierro. El caño que tenía en su mano y que miraba, tenía el diámetro que había tenido su pene. Pero eso no era todo, en la parte superior, en donde ese cilindro se unía al cuerpo, había una ruedecilla, una manija, como la llave de ese caño. Era una canilla, o ese es el nombre que le puso. Lo miró por un momento hasta que se acordó que había ido a orinar. Sin embargo, por más que se esforzaba para orinar, no pasaba nada. Pensó por un momento cuando se le ocurrió como debería orinar. Comenzó a girar esa ruedecilla de metal con cierto miedo a que se rompa, pero para su sorpresa comenzó a orinar, con una satisfacción que le hizo temblar las rodillas rígidas. Esperó a que la canilla deje de expulsar orina, cerró de nuevo la ruedecilla, se lavó las manos no sin miedo, y salió del baño.
Los pasos eran cada vez más penosos y lentos. Cuando pasó por la habitación se dio cuenta que allí estaba la mujer, le pareció escuchar que lloraba. Lo tranquilizó que estuviera dolida con él, así se mantenía alejada. Pero además estaba el despertador, y de nuevo esos tic-tac que para él eran diabólicos, eran asquerosos. Esos tic-tac le resonaban en los timpanos, como si el reloj lo tuviera dentro de la cabeza, y ya no estaba en su casa, estaba de nuevo en la línea de montaje de FORJA que al mismo tiempo eran todas las fabricas donde trabajó e iba atrabajar. Miraba la maquina que no estaba hecha de metal, de hierros, estaba echa de carne, miembros humanos estaban dispuestos en una maquinaría grotesca, chorreante de sangre. Trató de tranquilizarse pero el tic-tac era más fuerte, más fuerte, hasta que no lo escuchó más y estaba de nuevo en su rancho. Cuando llegó a la cocina-comedor se quedó parado ante la incomodidad que le generaba su nueva adquisición, quiso escuchar la radio pero se acordó de la corriente. Sólo se quedó parado, mirando la ventana, mientras el techo de chapa seguía crepitando por la llovizna que seguía cayendo. 

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