sábado, 9 de febrero de 2013

Relato "Forja" Parte 5


El amanecer lo encontró parado mirando por la ventana, el cielo estaba limpio, el sol que comenzaba a aparecer alumbraba los charcos que la lluvia había dejado. Desde el pasillo escuchó el sonido de la puerta del baño que se cerraba, así que salió rápidamente hacia afuera para no encontrarse con la mujer. Mientras agarraba la bicicleta, por la ruta paso un Fiat 600 rojo, el sol lo hacía brillar, eso lo alegró, el sol lo alegró. No tenía reloj, pero sabía que era la hora de ir a trabajar.

Les pareció que tenía las articulaciones más rígidas de la noche anterior. Llevó la bicicleta lentamente hasta la ruta, juntó todas sus fuerzas, pasó una pierna hacía un pedal, acomodó la otra en el otro pedal, dio un pequeño salto para acomodarse en el asiento, salió pedaleando con una velocidad lastimosa, cada uno de los movimientos del pedal no solo era un sufrimiento para la bicicleta, sino también para él. El asfalto ya no estaba gris como la mañana anterior, sino negro por la humedad. Una pequeña brisa se había levantado y le acariciaba la cara, eso le gustó. Sin embargo el avance era cada vez mas lento, la caja pedalera crujía cada vez más, las ruedas chillaban sin parar, y con ello su propio cuerpo. Cuando se quiso dar cuenta, un fuerte estallido se escuchó y repentinamente todo fue negro. Se encontró en el suelo, con sus oídos que le zumbaban y las piernas que le costaban responderle. Delante de él estaba la bicicleta partida en dos y con sus llantas dobladas como bananas. Cuando miró sus piernas le asombró que no le dolieran. Una había empapado el pantalón de grafa. Cuando se levantó el pantalón vio que algo se había roto, una manguera se había quebrado y largaba un negro líquido. Debajo de la piel ya no había ningún atisbo de carne, solo ese liquido negro, esa manguera, hierro. Corrió lo que había quedado de la bicicleta en la banquina, y siguió caminando, debía llegar al trabajo, debía llegar al trabajo. En ese momento se acordó de lo que le había dicho el Pelado.
Cuando llegó al trabajo, su rengueo y el liquido que iba dejando a su paso hizo que muchos de sus compañeros se lo queden mirando, en silencio, entendiendo a su pesar que significaba todo eso.
Adentro, el reloj que fichaba lo vio más amigable que antes. Esperó que pasen los que estaban delante de él, y pasó a marcar su horario de entrada. Se miró en el reflejo del reloj, estaba más marrón que cuando se miró en el baño de su casa, ojeras negras como el carbón cubrían sus ojos, y la boca estaba agrietada. Cuando terminó de fichar se dirigió a su puesto de trabajo. Quiso sentarse en el banquito tapizado, pero aquel caño entre las piernas lo hizo cambiar de idea, decidió trabajar parado….Estaba delante del espejo del baño de su casa. Miraba lo que antes había sido su cara, ahora le daba la sensación que no era un espejo sino una ventana por donde miraba a un desconocido. Además de esos nuevos colores y texturas de su rostro y cuerpo, miraba lo que había sido su boca. Dos fragmentos de caucho cubrían el interior de la boca, unas esquirlas de metal que amontonadas de manera despareja se disponían donde antes habían estado sus dientes. Fue acercando sus manos para tocarlos, pero con miedo, mucho miedo. La superficie era rugosa y estaba húmeda por la saliva oleosa, eran agudos y le estaban lastimando todas las encías. Mientras se seguía mirando por el espejo, se escucharon fuertes golpes de la puerta que estaba detrás de él. El terror se adueñó de él, no lo podía mirar ahí, no lo podía ver así, además qué le iba a decir, y de nuevo esa perspectiva le causó gracia. Los golpes iban acompañados de gritos que exigían que le abriera, que si estaba bien, que ya no toleraba más la situación. Rogaba a todos los santos que pudiera hablar una vez más para decirle alguna mentira, cualquier cosa, pero no podía, solo podía gemir emitir gruñidos sin sentido. Los golpes cesaron y comenzaron a escucharse ruidos más fuertes, más fuertes, hasta que la cerradura cedió y lo vio, y el ahí, y ella delante de él, viéndolo. Él no supo que vio ella, pero comprendió las muecas de horror e incomprensión. Sin soportarlo más, mostró sus dientes, emitió un bufido rabioso, aunque fue más bien de miedo, y salió corriendo, empujándola para poder pasar por la puerta del baño. Así fue como huyó de la casa.




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