viernes, 15 de febrero de 2013

Relato "Forja" parte 6 -final-


El estruendo latoso, continuo y monótono del despertador a cuerda sonó hasta que su mano frenó los martilleos del mismo. Cuando se despertó, le pareció que no había dormido nada, que solo había sido una siesta. El estruendo se había acabado, pero seguía repiqueteando el que correspondía con el segundero. En medio de la negritud observó que hora era, las agujas, fosforescentes, marcaban que una aguja corta y gruesa se posaba sobre el cuatro, mientras que otra más larga y fina se posaba sobre la zona del doce. En otras ocasiones, esos números hubiesen sido iguales o tan banales como la oscuridad que cubría su cuerpo ese jueves de noviembre con aires de verano. Pero ese cuatro y aquel doce luego del tintineo violento, significaban que era de madrugada y que dentro de dos horas debía ir a su primer trabajo. Se levantó sobresaltado, la ansiedad y nerviosismo no le habían permitido dormir mucho.

Había terminado el séptimo grado hacia unos años pero había trabajado con su padre en construcciones y changas de albañilería. Era el primer trabajo que iba a trabajar solo. Lo encontró por comentario de una vecina del barrio que decía que en FORJA, una importante fabrica de la ciudad, estaban tomando nuevos trabajadores jóvenes. Ese mismo día fue hacía la secretaría que tenían en el centro. Cuando llegó había algunos delante de la fila antes que él. Las preguntas que le hizo el que tomaba a los trabajadores fueron las habituales, aunque le llamó la atención cuando le preguntaron si tenía o algún familiar problemas en las articulaciones. Ese mismo día lo llamaron para que fuera a trabajar el lunes siguiente.
Y así fue como el lunes a las cuatro de la mañana se estaba levantando ansioso pensando en que no iba a tener tiempo para desayunar y tomarse el colectivo de la empresa a tiempo. Pensó que tampoco iba a tener tiempo para bañarse, así que solo se vistió con las ropas de grafa que había comprado y fue al baño a orinar. Mientras se terminaba de despabilar y orinaba pensaba en otras de las recomendaciones que le había hecho el secretario antes de irse, le había dicho que no intentara hablar con los trabajadores, además de ser poco sociables, con las épocas que corrían no hacían otra cosa que mentir.
Una vez en la cocina-comedor encontró a su madre que también salía para su trabajo temprano. Le dio un beso en la mejilla y se sentó mientras sintonizaba la radio, estaba sonando un tango, no le gustaban los tangos, pero la dejo en esa emisora para poder escuchar el noticioso. Los tangos siguieron sonando hasta que se tuvo que ir a la parada del colectivo.
El amanecer no se estaba haciendo esperar en aquellos finales de noviembre, apareciendo entre los edificios del horizonte. Todavía era muy temprano y por eso solo vio a un canillita en la calle mientras iba a la parada. Cuando llegó ya había dos de los compañeros de la fábrica. Con una formal simpatía los saludó, pero solo recibió una mirada y una movida de cabeza en lugar de saludo. Con extrañeza pensó que quizás a eso hacía referencia. A los minutos llegó el colectivo y se subieron. Arriba ya había otros compañeros, lo que le llamó la atención fue que no tenía asientos, todos los trabajadores iban parados. Además de eso, un fuerte ruido a entrechocar de metales comenzó a sonar mientras el colectivo estuvo en marcha y aún más cuando arranco. El sonido parecía más agudo ante el silencio mortuorio de todos y cada uno de los que iban encima del mismo. El ruido era muy fuerte, como llaves gigantes entrechocándose en un llavero, y si eso fuera poco, a ninguno de ellos parecía importarles, seguían en su silencio. Mientras tanto y ya sin entender a los que viajaban con él, se puso a mirar por la ventana, el paisaje comenzaba a dejar de lado los edificios altos y empezaban a aparecer los barrios de planes sociales y las pequeñas casas de chapa. Finalmente el colectivo y sus continuos tintineos metálicos agarraron la ruta y siguió avanzando. Allí ya casi no había casas, solo algunas desperdigadas entre descampados y chacras. Las últimas que vieron fueron un conjunto de ranchos que estaban a pocas cuadras de la fábrica, una de ellas tenía un toldo de paja, y lo que le llamó la atención es que afuera había una mujer que miraba fijamente el colectivo, y si su vista no le falló, lloraba. Siguió mirando, y al lado de la banquina había una bicicleta destruida con el cuadro partido en dos. A los pocos segundos ya se divisaba el gran tinglado que era FORJA. En ese momento se acordó cuando le preguntó al secretario de la fábrica qué eran lo que producían. Aquel se lo quedó mirando y le contestó “objetos de metal”.
            Finalmente llegaron a la fabrica, el sol todavía se asomaba por entre los edificios, pero la claridad ya era notable, la humedad de los días de lluvia anteriores refrescaban el ambiente. Su colectivo engrosaba la fila de otros que hacían el recorrido por otras zonas. Muchos de los trabajadores también llegaban en sus bicicletas y automóviles. Su colectivo se estacionó al lado de los otros, frenó su motor, pero los sonidos de entrechocar metales no lo dejó de escuchar.
            Todos iban en silencio, nadie pronunciaba una palabra, el ruido metálico se seguía escuchando, pero ya no eran como llaves chocándose, ahora le daba la sensación como si fuera una orquesta de hierro que seguía una marcha marcial al unísono. Apenas hizo unos pasos muchos de los que iban a ser sus compañeros se lo quedaron mirando, extrañados. Una mano lo agarró por la espalda y cuando se dio cuenta escuchó la primera voz luego de mucho tiempo, se presentó como el supervisor de la fábrica. Lo notaba nervioso, miraba a los demás trabajadores con extrañezas. A uno que se le acercó y se lo quedó mirando, lo echó diciéndole que ya debía estar trabajando. Luego de aquella situación le fue mostrando la fábrica. Le fue indicando donde debía fichar, distintos sectores, y en ese momento le preguntó qué era específicamente lo que se hacía allí, o qué tarea debía hacer. La respuesta del supervisor fue la misma que la del secretario: objetos de metal. No quiso preguntar más y se dispuso a seguirlo en silencio. Le pidió disculpas por el trato que le daban los trabajadores. Le comentaba que desde que tenían a ese sindicato, los pendejos se hacían los piolas, los viejos ya habían aprendido, pero algunos eran convencidos por los pibes, pero se le iba a terminar. Qué era lo que se le iba a acabar pensó, pero no dijo nada, siguió en silencio. Su puesto se encontraba al final del pasillo. Cuando llegaron, le indicó que arriba estaban las instrucciones, que lo que debía hacer era por demás de fácil e intuitivo, que ya se iba a dar cuenta. Le asombró la forma que tenía la maquina, parecía algo parecido a una plegadora hidráulica, pero la forma era de lo más extraña. Era como si una forma humana hecha de hierro estuviera incrustada en la parte superior de la misma. Hecho de metal fundido tenía lo que deberían ser las manos intentando agarrar la parte donde se plegaban las chapas, y lo que tenía forma de cabeza miraba hacía abajo, como si fuera ese robot o lo que fuere lo que hacía la fuerza y no la maquina en sí. Antes que el supervisor se fuera le preguntó que era eso. Con un nerviosismo marcado le contestó que a uno de los que trabajaban en maestranza en la fábrica, le gustaba hacer esos diseños, como si sobrara la plata, culminó la frase. Tragó saliva y siguió caminando.
            Y allí comenzó a plegar metales de las formas que le indicaban en las instrucciones, fueron pasando las horas y se dio cuenta que trabajar sentado en ese banquito tapizado era incomodo, así que se levantó y siguió. A las pocas horas de haber empezado, le comenzaron a doler las articulaciones. 

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