viernes, 16 de agosto de 2013

Cuento Breve con influencia: "La venganza de Eduardo Martz"


Nostálgico con "haz tu propia aventura" que leía de pibe, cuando mi vieja me los traía de la biblioteca popular de Castex, hoy traigo un cuento que tiene algo de eso, se llama " La venganza de Eduardo Martz" es una historia que tiene la particularidad de ser intertextual con uno de los cuentos de las "Mil y una noches" que fue compilado por Borges y Bioy Casares "Cuentos breves y extraordinarios". Además de eso, tiene como varios finales, que pueden hilvanarlos o elegir uno, como mejor prefieran y se sientan cómodos.  


La venganza de Eduardo Martz

No sé que se creen, porque tienen más plata que uno…como si eso fuera mucho…, “El genio dijo al pescador que lo había sacado de la botella de cobre amarillo:
-Soy uno de los genios heréticos y me rebelé contra Salomón, hijo de David (¡que sobre los dos haya paz!).” Porque pagan un toco de guita se piensan que uno es empleado de ellos…pero mirá vos. Yo no tengo porque aguantarlos, que Eduardo de acá, que Martz de allá. Imbeciles. “Fui derrotado; Salomón, hijo de David, me ordenó que abrazara la fe de Dios y que obedeciera sus órdenes. Rehusé; el Rey me encerró en ese recipiente de cobre y estampó en la tapa el Nombre Muy Alto, y ordenó a los genios sumisos que me arrojaran en el centro del mar”. Ahora quién los aguanta a estos ricachones disfrazados de Shakespeare… pero qué se creen. Se hacen los intelectuales porque van a hacer esa obra de teatro, creyéndose buenos actores, aplaudiéndose entre ellos, escuchándose decir entre ellos mismos “que buenos actores que son estos tipos”, aplaudiéndose en su círculo de pelotudos. “Dije en mi corazón: a quien me dé la libertad, lo enriqueceré para siempre. Pero un siglo entero pasó, y nadie me dio la libertad. Entonces dije en mi corazón: a quien me dé la libertad, le revelare todas las artes mágicas de la tierra. Pero cuatrocientos años pasaron y yo seguía en el fondo del mar”. Lo que me faltaba, ese pelotudo, con su auto pagado la soja y cagando a los demás…HOLA SEÑOR BUSSI, COMO ANDA…BIEN, BIEN…SI, LEYENDO UN POCO, SI, ES EL CUENTO DE LA OBRA QUE USTEDES ESTÁN POR HACER.…INCREIBLE LO QUE ACTUAN, ASOMBROSO… ADIOS SEÑOR BUSSI. Andá, andá, boludo. “Dije entonces: a quién me de la libertad, yo le otorgaré tres deseos. Pero novecientos años pasaron. Entonces, desesperado, juré por el Nombre Muy Alto: a quién me dé la libertad, yo lo mataré. Prepárate a morir o mi salvador.” Boludos…

Eduardo Martz dejó el libro en la mesada, mientas observaba como uno de los padres de los niños que concurrían al colegio donde limpiaba, se iba para el escenario para ensayar la tradicional obra de teatro que realizaban para el inicio de la primavera. Era costumbre que en ese colegio se realizaran una obra de teatro con participación de los alumnos y sus padres. Ese año era una adaptación del cuento “El Juramento del Cautivo” de Las mil y una noches. Era eso lo que estaba leyendo Eduardo cuando pensaba sobre su trabajo y las personas que intervenían en el mismo.
Eduardo era portero del colegio, no le disgustaba mucho su trabajo, principalmente porque era lo único que  había en un pueblo tan pequeño como ese donde vivía, además ya sobrepasaba los 40 y era difícil poder conseguir otro trabajo. Lo que más le molestaba, como pudieron observar, era cruzarse con esos “especímenes” (en palabras de Eduardo) que son los padres de los niños, que según su juicio eran más insoportables que las 10 horas corridas que le hacían trabajar. Terminó de leer el cuento, lo guardó en la mochila y se fue a lavar los baños pensando en el cuento y en las personas que estaban en la habitación contigua.
***
El gran día había llegado, luego de siete meses de ensayo, en realidad no fueron tantos pero a Eduardo le gustaba pensar que esos seres eran tan estupidos que no podían aprenderse un guión de una obra de teatro tan corta. Pero más allá de su hiperactiva imaginación, el día había llegado y el se tenia que encargar de todos los detalles. Todos los trabajos tienen ese día que todos odian, aquel que siempre se espera con una desazón increíble, ya que saben que tarde o temprano llegará y que tendrá que soportarlo porque no queda otra opción. El caso de Eduardo, esos días eran muchos, todos aquellos que tenía que cruzarse con uno de los padres de los chicos que iban al colegio donde trabajaba. Pero el que más odiaba, el que detestaba con todas sus fuerzas, era el día de la famosa obra de teatro de primavera del Colegio “San Benito de la Muslera”. También odiaba los Helloween, el San Valentín, los Villancicos de Navidad, el día del animal exótico, el día de la moneda de dos pesos, la semana de San Benito… pero en ese momento era la obra de teatro.
Eduardo tenía que llegar cinco horas antes porque era el encargado de  organizar la escenografía de la obra que robaba los suspiros de los despreocupados padres, y que salía aproximadamente lo que Eduardo ganaba en diez meses. En esas mañanas debía esperar  al decorador que cobraba en dólares y tolerar sus insultos mientras lo mandaba durante horas. Luego, para librarse de su presencia, lo invitaba a tomar mate, y como las personas como los decoradores que contrataban en el “San Benito” no le gustaba esa infusión que chorreaba baba, se quedaba tranquilo hasta que empezaban a aparecer los vestidos de noche y los esmóquines.
El decorado era fabuloso, el cielo reproducía el movimiento del viento de las regiones marítimas. El bote era una replica exacta de los botes pesqueros otomanos. Los trajes de los actores eran muy reales, aunque el genio lamentablemente fue recreado como aquel famoso de Disney: azul, con una cola en el medio de la cabeza.
La obra había comenzado. Como era de esperar, lo invitaron a Eduardo a que se retire a descansar, para no decirle que con esa camisa de grafa azul no quedaba con la fiesta del “San Benito”. Pero no les hizo caso, así que preparo su mate, colocó el agua caliente en un termo de acero y se escondió en la puerta principal de la entrada al salón de actos. 

En el salón no volaba una mosca, todos los padres con sus respectivos hijos, con sus esmóquines. La obra estaba llegando a la escena de más tensión. El pescador observando con desasosiego (aunque no le salía al padre/actor, pensaba Eduardo) al genio, y este último explicando su desdicha. Finalmente el genio miró al pescador diciéndole “Prepárate para morir, oh mi salvador”, levantando por los aires una replica exacta de un sable de Mameluco, el chiflido de su bajada, la simulación del pescador cayendo al suelo, un sonido de agonía increíblemente real, la mirada inexpresiva del genio, la sangre corriendo por el parqué lustrado por Eduardo, los intentos de los presentes de creer en los grandes efectos que se utilizaron ese año, la cara de horror del genio, chorreando pintura azul por la transpiración, los gritos de desesperación del pescador gorgojeando por un grueso corte que cruzaba su garganta y llegaba al pecho. El silencio total de la sala, las manos rojas del actor que hacia de genio…
***
En la puerta todavía estaba Eduardo observando la trágica escena. Sin dejar el mate salió  afuera del colegio para fumarse un cigarrillo. El día ya estaba por caer, Eduardo miraba el cielo que mostraba un hermoso tono naranja con rosado. En la mano que no tenía el termo y el mate, sostenía una botella. En el suelo se proyectaban dos sombras. En el silencio del pueblo primaveral se escuchó: “te quedan dos, amo”  
***
Con la yerba lavada, Eduardo miraba asombrado la escena. Salió a la calle a tomar un poco de aire y a fumarse un cigarrillo. La primavera a estrenar emitía un hermoso rosado/naranja en el cielo por anochecer, Eduardo no miraba ningún lugar, solo recordaba los pensamientos que había tenido mientras preparaba el mate “como me gustaría que ese sable sea de verdad”.
***
Cuando Eduardo salió a la calle a fumarse un cigarrillo y tomar aire, en la sala no se escuchaba ni la respiración de ninguno de los presentes. Sólo cuando la nicotina de su cigarrillo negro agarró fuego, se escuchó un último grito casi ahogado de lo que pensó, pudo haber sido el del pescador/padre/actor.
Al llegar la policía, llamada por uno de los espectadores, le preguntaron a Eduardo por qué no había llamado él, ya que era el portero del colegio. Sonriendo le dijo:
-no estaba trabajando ya. Además usted no tuvo que trabajar acá por 20 años, digamos que quería tomarme un descanso-
Cuando los policías lo dejaron, Eduardo pensó “como si se me cumpliera un deseo ” y tiró la yerba en una de las plantas vecinas. 

FIN

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