(...)Fueron pasando los días y Mursa siguió
caminando, siguió pasando árboles. Había pasado zonas en las que nunca había
estado. Pasaron los días hasta que finalmente se encontró con el fin de las
protecciones. En otro momento aquello le habría generado un temor religioso, o
mínimamente considerar que estaba por hacer algo importante. Pero poco le
importó. Delante de él había una gran choza de color azul, y fuera de ella
había un arco de troncos que indicaban que allí terminaba la protección de los
magos hacia los influjos de la maldad de los Nurstos. Al lado de cada uno de
los pilares había dos magos que no intentaron detenerlo. Solo le dijeron una
palabra:
-Lo desconocido vela por
nosotros. La verdad puede ser nuestra perdición
Pero Mursa no pudo quedarse
callado
-Pero sabremos, perdidos o no,
sabremos…
Cuando pasó el portal, el afuera
siguió siendo igual, eso lo reconfortó, le mostró que no había nada de que
protegerse, por ende no tenía sentido la protección. Sin embargo cuando se dio
vuelta para marcarles eso a los magos, allí no había nada.
A los pocos días de haber pasado
la protección, comenzó a madurarle una idea en sus pensamientos, una idea
contradictoria y dolorosa para él, pero de la cual no podía encontrarle una
alternativa. Sólo había una manera de saber de la existencia de Tlusque, y eso
era lo que pensaba hacer. Pensaba volver al barro, quitarse la vida y mostrar
la existencia o no de la diosa que había permitido que asesinen a su madre.
Quizás así los famosos protectores acudían a su salvación, quizás volvía a ver
a su madre, o quizás era todo negro, la nada misma.
La idea fue madurando hasta que
terminó decidiéndose. Ese día no avanzó, ya no tenía sentido. Se quedó sentado
debajo de un gran árbol que quedaba delante de un claro. Le gustó el lugar, y
solo atinó a esperar.
Los nubarrones fueron
oscureciendo el día, hasta que la noche ya era una lluvia segura. Esperó que el
agua comenzara a caer con mayor intensidad, los truenos y refucilos fueron
creciendo en intensidad, hasta que Mursa decidió que era el momento. Sacó de su
carcaj el puñal que se había traído, y dejó el resto debajo del árbol. Se
arrodilló debajo de la lluvia, en el medio del claro de la selva. Agarró el
puñal y se lo puso en el pecho. Nunca pensó que se iba a encontrar en una
situación como esa. Quizás, en realidad confiaba más en Tlusque de lo que se
animaba a pensar o aceptar. Pero lo cierto es que entre truenos, refucilos y
lluvia había decidido perforarse el pecho con el puñal. Lo que sucedió luego
fue muy confuso como para buscarle una explicación sencilla.
El puñal ya llevaba medio filo
dentro del cuerpo de Mursa cuando todo comenzó. Los truenos comenzaron a ser
cada vez más fuertes, los rayos cada vez más luminosos. Con los segundos los
sonidos y luces eran más intensos, y de repente, entre todo ese caos, con un
blanco intenso, que casi encegueció a Mursa. Y entre los truenos se comenzaron
a escuchar voces, voces fuertes que se mezclaban con los sonidos de la lluvia,
voces que fueron cada vez más claras, hasta que finalmente pudo escuchar más
claro:
-¿Cómo se llama?- la voz era una
mezcla a truenos y una voz conocida que no podía recordar a quién.
-Me llamo…me llamo Mursa-
Contestó
-¿Usted no se llama Damián
Gutierrez?- Preguntó de nuevo la voz
-No entiendo que me dice, que si
me llamo qué- eran palabras, sonidos que no podía llegar a comprender
-Si se llama Damián Gutierrez…-
la voz volvía a insistir
-No le entiendo…no le entiendo…-
Mursa seguía sin entender
- ¿Usted mató a su madre?-la voz
fue más intensa.
Antes
de poder contestar, los sonidos y rayos fueron mucho más intensos, una fuerte
puntada en la sien atacó a Mursa. Pero logro contestar, gritando, llorando,
muriendose:
-Yo
no maté a nadie, yo no maté a nadie…fue el Mago Jefe-
-¿Quién
es el Mago Jefe?
Y ahí Mursa comprendió todo. En
llantos de nerviosismo y alegría, comprendió que Tlusque se había revelado para
hablarle, para escuchar su verdad. Mientras tanto la luz era cada vez más
intensa, y los sonidos mas fuertes, y el agua llovida comenzó a elevarse, como
si se desagotara la lluvia, y cuando quiso darse cuenta el sol brillaba en lo
alto, en un cielo sin un rastro de nubes, y más aún, su pecho estaba sano, sin
una cicatriz en el cuerpo.
IV
Se
despertó cuando el sol comenzó a darle en la cara. Finalmente se había dormido,
la humedad del ambiente, la tos y el miedo a ser devorado por un Nursto no se
compararon con la lluvia de pensamientos y sueños entre dormidos que pasaron
por su cabeza: lo que le había pasado hacía 10 soles, la revelación que
presenció hacia dos noches...
De
nuevo se despertó sin hambre, desde que había salido de a aldea no había
probado bocado y seguía sin hambre, la respuesta que le encontraba a eso era la
revelación, que desde el mismo momento que había salido de la aldea Tlusque le
había elegido un plan, y no podía permitir que se muera de hambre. El día
siguiente a la revelación se quedó debajo del árbol, pensando que debía hacer,
pero sin una respuesta clara. Lo que si sabía era que debía volver a la aldea y
mostrarles lo que había vivido, como la prueba viviente de la fe en Tlusque.
Pero todavía no sabía como hacerlo, necesitaba que Tlusque le revelara el
camino.
Sin
soltar el arco, siguió caminando en la dirección contraria a su aldea, estaba
convencido que si algo se le tenía que revelar, estaba cerca. A las pocas horas
de haber estado caminando, encontró delante de él un lago extenso, no tan
hermoso al de su aldea, pero era el único que había encontrado desde que había
salido de la aldea.. Le pareció hermoso. Dos días atrás no habría pensado lo
mismo. Lo habría mirado con odio, detestado como símbolo de la religión de
Tlusque, pero ahora le parecía precioso. Dejó el carcaj al lado del agua, se
quito su tunica y se zambulló en el lago. Se quedó debajo del agua hasta que le
dolieron los pulmones, dejando que el agua le acaricie la piel. Luego mirando
el sol dejó que el barro se le metiera entre los dedos de los pies, una
sensación que extrañó por muchos días.
Allí
fue donde se le vino la revelación, lo que le preguntaba Tlusque o alguien
cercano a ella, le confirmó que aquel sujeto que había asesinado a su madre, y
quizás hasta su estirpe entera, nada tenía que ver con ella. Todo ese tiempo
siendo conducidos en nombre de Tlusque por un monstruo, y quién más que un
Nursto para hacer semejante atrocidad. Entonces supo que tenía que hacer, debía
enfrentarse a esos monstruos, él era el llamado a esa tarea, de llevar el
verdadero mensaje de Tlusque…Fue ese momento cuando lo vio. Detrás de unos
árboles, lo estaba observando, quizás lo estaba haciendo desde hacía mucho
tiempo, tal vez durante toda su travesía. El pelaje era muy blanco, nunca había
visto un pelaje tan blanco, sin una mancha, sin suciedad. La cara era humana, cubierta
de pelos, sus rasgos eran femeninos, según le pareció percibir. Su cuerpo con
forma de Puma, o algún felino grande. Allí estaba, lo estaba observando, era
una esfinge, era un guardián de Tlusque que se había dejado ver. Sin acercarse
ni un paso desde donde lo observaba, Mursa escuchó una voz, pero no salía del
guardián, la escuchaba dentro de su mente:
-Buen
día, ¿Cómo has pasado la noche? Acompañame- sin esperar respuesta, la esfinge
comenzó a avanzar en dirección por la cual se dirigía Mursa.
-Es
aquí- y no dijo nada más de nuevo.
Mursa
no dijo nada, tenía mucho miedo y nerviosismo como para decir alguna palabra.
Solo se acercó a la cueva y entró en ella, adentró sabía que estaba lo que
estaba buscando.
Por
un momento quedó enceguecido por una fuerte luz blanca que alumbraba toda la
cueva. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, se dio cuenta que el sitio
distaba mucho de ser lo que uno podría esperar en una cueva. Además de la luz
blanca que salía de unos tubos brillosos del techo de la cueva. La misma estaba
perfectamente recubierta de unos recuadros blancos que brillaban. Mursa los
tocó y le asombró la frescura y suavidad de los mismos.
El
guardián se había parado detrás, al final de la cueva. Delante de ella había
dos personas vestidas de manera muy extraña, era la primera vez que veía algo
así. Sus pies estaban recubiertos por unos calzados que, a diferencia de sus
sandalias, estaban todos los dedos cubiertos. Su ropa eran muy blancas, una
especie de túnicas perfectamente recortadas, y con unas piedritas muy redondas
que agarraban los dos extremos de la misma. Y su cara estaba cubierta por un
trapo, igual de blanco que todo lo demás. Mursa atinó a sacar el puñal, pero no
lo encontró, al mismo tiempo escuchó la voz de la guardiana:
-Tranquilo,
no te va a pasar nada, han venido a ayudarte- de nuevo no esperó respuesta.
Mursa
tenía mucho miedo, pero sabía que se debía sacrificar para poder servir a
Tlusque.
Los
dos sujetos le indicaron que se acueste en un objeto de cuatro pilares donde se
apoyaba una tabla con una tela igual de blanca que todo lo demás. Al lado de
eso, había un artefacto que hacía un ruido horrible. Mursa con mucho miedo se
acercó a ese objeto, y se acostó. Al instante, los sujetos le agarraron las
manos y se las ataron, y lo mismo con sus pies. De nada sirvieron los gritos
desesperados e insultos que propinó Mursa, los sujetos extraños siguieron con
sus actividades, tocando al artefacto del sonido horrible.
-Qué
está pasando, por favor, en nombre de Tlusque díganme que es todo esto-las
palabras le salían desesperadas, abarrotadas, queriéndose quitar sus ataduras.
-De
nuevo con eso, Damián. De nuevo con esa “Tlusque”- la voz del sujeto masculino
sonaba jovial
Otra
vez escuchaba esa palabra que no entendía, “Da-mi-an”
-Soy
Mursa, ya le dije a la guardiana que me llamo Mursa. Qué es “Da mi an”-
desesperado buscaba encontrar la respuesta a todo aquello.
-Volvemos
a lo mismo, Damián. Empecemos con las preguntas de nuevo: ¿la mataste? ¿Mataste
a tu madre?
-Les
dije que no, que fue el Mago Jefe, que en realidad es un Nursto
-Devuelta
con lo mismo. No me contestas con que te pregunto, y eso es peor para vos, lo
sabés. Vamos a ver si con esto mejora.
No
lo dejaron contestar nada más, le taparon la boca con un objeto que era frío, y
le generaba arcadas. También le ataron la cabeza con unas cuerda, y mientras
tanto le ponían una pasta fría en los costados de la cabeza, y luego un objeto
aún más frío, que hacía ese ruido que tanto odiaba Mursa. Siguiendo gritando,
pero sin poder escucharse por el objeto en la boca, escuchó de nuevo hablar a
uno de los sujetos:
-Damián,
te pregunto de nuevo ¿quién mato a tu mamá?
Lo
último que vio fue una intensa luz blanca y sintió un fuerte dolor en su
cabeza.
FIN
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