miércoles, 31 de diciembre de 2014

Sin nombre:

El reloj suena en la ventana, marca la una, las dos, las tres, sigue sonando. Mi cuerpo miraba de repente su propio cuerpo desparramado en el piso de un segundo piso. He odiado tanto los cuerpos y los jueves, que me da risa. Los jueves, vos podes creer, es como esperar que el Emperador con gonorrea considere que es casto como la Virgen Madre, que la tenga en la memoria. A veces sueño, a veces, sí. Soy que soy todos pero que al mismo soy nadie, soy ellos pero por alguna extraña razón no alcanzo a ser nosotros., siempre ellos. Los lugares siempre los mismos, salitres azules que rodean la muralla de las esperanzas, de todas, ni de una ni de otra. 


Pero de nuevo hablar de eso para no tocar lo otro, que tan propio de mí, aunque en el sueño seguramente sería de ellos. Sueño poco, y cuando lo hago es siempre lo mismo, lo que nombre arriba. Pero una vez fue distinto, tan distinto, y lo fue que la termine amando. La ame, lo juró por lo que se jura que la amé. La soñé como nunca lo había hecho. La soñé y la amé, y la seguí amando hasta que desperté. Hasta el preciso, y si fuese posible cuantificar esa maldad descomunal que me arrancó la piel, que me escupió, aunque vomitar es más atinada, de la babosa de ensueño. Y el negro que lo odie como nunca lo hice, porque me sacó, me arrebató la Polaris y esos besos de miel negra, de abejas de algodón azulado de atardecer. La extrañaba eternos, eternos infinitos, hasta que de nuevo Morfeo me asfixiaba, y la mielina que rebalsaba por la boca, y ella de nuevo, y el algodón negro de las abejas, la miel. Pero sabía que el momento iba a llegar, y lo negué tantas veces, tantas: el olvido, o peor aún, solo recordarlo en las ideas que conforman mi anatomía me destruye, saber de su imposibilidad. Como calmar a este corazón que ya no existe que ese amor no iba a poder concretarse ni en el infinito paralelo universo,  Cómo amar las aguas del sueño, que se escapa por las manos, entre los dedos, entre las ilusiones….imposible. Pero hubiese pagado todo el oro del mundo para que ese cuerpo construido por el Frankenstein de mi mente haya podido tocarlo, que cada célula epitelial sea percibida por el vacío del mío. 


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