jueves, 23 de febrero de 2012

Mi autobiografía en la literatura: Lo inexplicable I

 Este nuevo post trata sobre la autobiografía en la literatura, o mejor dicho en mi autobiografía en lo que escribo, que es bastante. Pensar la autobiografía en mi caso, es pensar, valga la redundancia, en mi biografía, mi historia, mi vida personal que se mezcla inevitablemente con mi experiencia como militante de un partido revolucionario. Cuando uno elige escribir es porque tiene algo que decir y considera que eso es importante y puede cambiar las cosas que considera que no están para nada bien. Al mismo tiempo, cuando decide militar es porque a lo largo de su experiencia personal generó ciertas sensibilidades que en un momento dado lo llevan a decidir organizarse. Uno no llega a la conclusión de que tiene la necesidad de organizarse porque le calló la idea del cielo de que aborrece la explotación capitalista descarnada. Lo que primero lo sensibiliza, o mejor dicho, lo que primero me sensibilizó fueron parcelas, fragmentos de la miseria engendrada por el capitalismo
. Las primeras imágenes que se me vienen a la cabeza y por ende las que más me han marcado. Por un lado, siendo muy chico e iba a la escuela primaria, donde los hijos de clasemedieros acomodados y punteros del peronismo cambiaban sus zapatillas en cada día que tenía la semana. Y a la par de ellos estaban otros de mis compañeros, hijo de rankel que ni siquiera las zapatillas Flechas le ocultaban los dedos de los pies, los cuales ni siquiera estaban recubiertos por medias. Discriminación devenidas en las diferencias de zapatillas (expresión material de las clases) que los niños, aprendida de sus padres, no dejaban de hacértela notar.
La otra imagen es la de mi padre envenenado en palabras los oídos de mi madre y mis hermanos, donde la toxina fundamental de sus palabras era convencerte de tu estupidez o incapacidad intelectual, eso cuando no se ensañaba con golpes tan grotescos como su ser. Sin embargo hacerte vivir ciertas situaciones no desemboca en nada más que eso, recuerdos. Los ejemplos sobran, compañeros, que dejaron de lado su comodidad material para luchar codo a codo a favor de los trabajadores y el pueblo pobre. Como así también trabajadores que la miseria de sus vidas solo han anestesiado su cuerpo y mente.
Esas sensibilidades se hicieron carne por primera vez en unos relatos que escribí a la edad de 14 años, uno que se llamaba “Será un día de abril” que relata en futuro la muerte de un combatiente en Malvinas; “Vidas reprimidas” donde dos mujeres son oprimidas y flageladas por el machismo y la dictadura, y otro que le tengo mucho cariño que se llama “bestias coloniales” o algo así, donde un terrateniente en la Argentina colonial, golpeador y racista, encuentra la venganza en los dientes de una mutación carnívora de un conejo. Técnicamente eran, y son porque todavía los conservo, malos pero por primera vez había dejado de optar por el silencio y mis odios habían salido y se plasmaron en unas hojas de papel.
La necesidad de militar la traje desde mi pueblo natal, pero se plasmaron realmente cuando empecé a estudiar en la Universidad y conocí al Partido de los Trabajadores Socialistas. En este sentido siempre me acuerdo en las palabras que me decía, y me sigue diciendo, un gran amigo pero sobre todo camarada, Federico: “uno comienza a militar por un interés personal”. La violencia machista y patriarcal, y comprendiendo que esas vejaciones solo serian eliminadas haciendo estallar a este sistema imperante, se convirtieron en el motor que me impulsó a luchar concientemente por el socialismo.         
            Y en ese camino no lo transité, y no lo transito alejado de las contradicciones que nos imponen el capitalismo y su forma de relacionarnos que nos quiere imponer. Por eso también fue de gran ayuda a otra camarada como es Claudia, que con muchísima paciencia (de allí comprendí que la paciencia es revolucionaria) donde me educó para romper con las tradiciones que traemos naturalizadas por años de conservadurismo aldeano.  
Mucho de eso se sigue observando en lo que escribo. Y en ese primer momento eran mucho más autobiográficos que ahora. No solamente por comodidad, ya que siempre es más fácil empezar por lo que uno conoce bien, sino también porque veía a las letras una forma de catarsis, desahogo, un intento de querer exorcizar mis fantasmas. De chico siempre escapé de lo que me oprimía, por eso escribir sobre eso lo veía como una forma de hacer justicia, de expresar todo el odio que sentía por lo que pasaba a mi alrededor y todavía no sabia como canalizar.  
Con estas extensas palabras le dejó un cuento que lo consideró uno de los más autobiográficos. No quiero condicionar la interpretación, pero el final lo podemos interpretar de dos maneras: como un pesimismo, resabio de mi adolescencia o, una forma de mostrar la realidad en su más descarnada expresión. Realidad que la naturalización oculta con los velos de la normalidad. Les dejó el cuento que se llama “Lo inexplicable I”.   


Lo inexplicable I

Uno piensa de manera estúpida e irracional, que escapándose espacialmente puede alejarse de los problemas que lo acogen. Como si existiera una formula mágica que indicaría que, la atenuación de los dolores que se generan en determinado lugar es proporcional a la distancia que uno se encuentre del mismo, francamente estúpido. Pero estúpido o no, Hernández lo estaba realizando, sabiendo de la contradicción entre lo que estaba haciendo y lo que pensaba. Mientras tanto el anochecer se iba haciendo dueño de la escena, iba caminando, intentando convencerse de que solo caminaba por caminar, que el día estaba hermoso, que no hay nada como fumarse un cigarrillo mientras uno camina en la oscuridad cómplice de la noche, pero era mentira. Sabía que era un cobarde, un cagón. Se estaba escapando de él, de una parte de él.
En esas situaciones, es decir, cuando intentaba buscar explicaciones que le calmen la angustia, que tengo 15 años, que no puedo hacer nada, sé que soy un cagón que no le puedo hacer frente al enfermo ese, que deje de lastimar a la vieja, pero no hago nada, me asusto y me voy. Me voy mientras se escuchan los chasquidos del cinto sobre la piel, los gritos ahogados, los insultos sin sentido. Me voy y no hago nada…nada. Ahora lloraba. Lloraba porque sabía que eso de escaparse era una falacia, era una mentira que lo iba a acompañar a donde vaya. Mientras prendía su cigarrillo le resonaban todavía esos asquerosos sonidos, siguió caminando. La ciudad comenzaba a quedar atrás, y su tan característica claridad de vidriera y casa suburbana comenzaba a dar paso a la oscuridad y el misterio de las zonas rurales. La angustia se le comenzaba a apaciguar, la oscuridad ya no le era tan tenaz como le pareció en un primer momento. Ya que a lo alto, en el medio del cielo, estaba la luna que le servia de faros a sus pasos.
El aire puro del los caminos vecinales lo ayudaron a calmarse aún más, ya no se sentía tan miserable ni tan cobarde como hacia unos minutos. La oscuridad y la soledad lo hacían sentir solo de verdad, alejado de su vida. Seguía caminando, le quitó la ceniza sobrante al cigarrillo y se lo metió nuevamente en la boca para respirar un poco más de aire anicotinado. La ciudad ya era solo una mancha naranja en la negrura de la noche.
Siempre recorría esos parajes cuando quería estar solo y hablarse a si mismo, pero en ese preciso momento no reconocía el lugar. El camino vecinal que tantas veces había recorrido se había transformado de manera repentina o imaginaria (ya que no recordaba el recorrido que había hecho) en una simple llanura total, donde no había rastro de circulación humana. El campo era total, la luz inexistente, y aunque la luna lo ayudaba a orientarse un poco, le pareció extraño aquella situación. Pensó que como realizó el camino de manera distraída y la oscuridad a veces engaña a la vista, ocultando puntos que uno reconoce en ciertas ocaciones, lo más seguro es que estaba donde siempre salía a caminar por las noches, pero que en ese momento no podía reconocerlo a simple vista.
Luego de unos minutos ya no pudo seguir avanzando, delante de sus ojos se comenzó a divisar una imagen oscura gigantesca. Al principio no supo que era, pero segundos después se dio cuenta que era un frondoso bosque, un inexpugnable monte que a simple vista aparentaba ser virgen, libre de cualquier ingerencia humana. Se lo quedó mirando unos minutos, no recordaba haberlo visto antes, en realidad no recordaba haber visto un bosque así en toda su vida. Se acercó unos metros más para poderlo ver de mejor manera, era difícil hacerlo con la negrura de la noche, pero se ayudo con la luz del encendedor y la tenue luz de su celular. El bosque era muy denso, la altura de los árboles que ahí habitaban era demasiada, se confundían a lo alto con la oscuridad de la noche. Además, debajo de los mismos, se arrimaban centenares de arbustos, lo que lo hacia una autentica muralla viviente, que raro ché, me juego la cabeza que esto no estaba, bah ya no se que pensar, quizás con el mambo que tenia en la cabeza le erré de camino y termine en el medio de alguna quinta, espero que ningún campesino asustado me vuele la cabeza de un carabinazo. Igual la escena no dejaba de ser extraña. El bosque parecía estar presente a lo largo del todo su campo de visión, era como si se levantara delante de él y lo rodeara de manera infinita, inacabable.
Se había quedado sin cigarrillos y el frío había comenzado a aumentar, ya no tenia más nada que hacer ahí. Por fin decidió volver para ver que había sucedido con lo que había abandonado, de donde había huido. Quizás todo volvía a la “normalidad” como tantas veces había pasado, o quizás se había empeorado todo. Ahora tomaba conciencia de lo cobarde de su acción, debía volver a su casa, tenia que haberse quedado a resguardar a su madre, pero no lo había hecho y ahora se moría de la vergüenza. Pero seguía con miedo, no sabia que hacer. Quizás, su padre había sobrepasado la línea de terror que había creado durante años. Pero seguía sin saber que hacer, se quedó de esa manera durante un largo rato.
 En ese momento, una luz se comenzó a divisar entre la madeja de troncos y hojas, era una simple luz, una luz como cualquier otra, pero por alguna razón lo atraía, lo llamaba a que vaya a ver de donde provenía, debe ser de una casa quinta, no encuentro razón para ir a verla. Intentó comenzar su vuelta, pero la ciudad ya no estaba más allí, ya no se divisaba en el horizonte como recordaba. No encontraba respuesta para aquel suceso, además la atracción que le ejercía la curiosidad por aquella luz era cada vez más fuerte. Sabía que era una simple luz, que tenia grandes posibilidades de que sea la luz del patio de la casa quinta, o del ranchito del peón que trabajaba ahí. Pero una ansiedad, una curiosidad inconmensurable lo dominaba. Mientras miraba la lucecita que se filtraba por el bosque, se le vino una frase de alguien que en ese momento no recordaba y decía algo así “…y el mago, que pensaba que había podido extirpar su propia maldad, ahora se encontraba frente a él, podrida, y le sonría”. Miró el reloj del celular para ver si era o no la hora de ponerse el disfraz de explorador, pero el mismo se había apagado, se me habrá quedado sin batería. Al no encontrar excusas para darle rienda suelta a sus ansiedades de conocer el origen de la luz, se encaminó a adentrarse en el bosque.
Primero observó el muro de árboles, ya que a simple vista era inexpugnable, no parecía que se podría pasar de ninguna manera. Pero la curiosidad era muy fuerte, no le encontraba explicación, pero le estaba sucediendo. Se metió el encendedor en el bolsillo de la campera de Jean y se preparo para cruzar de alguna manera. Aunque, de repente, cuando apenas adelantó una mano para hacerse paso entre la maraña de vegetales, divisó rápidamente que la densidad del mismo no era tal. Parecía como si los propios árboles se abrieron paso para que cumpliera su cometido. Ya habían pasado unos largos minutos mientras caminaba por el bosque, la luz no ayudaba mucho, pero las plantas estaban dispuestas de manera perfecta, daban la sensación que fueron plantados. Ya estaba llegando al final del mismo, la luz era cada vez más nítida, no cabía duda de que era la luz de una casa, la curiosidad seguía persistiendo. Estaba llegando al final, el bosque era cada vez menos denso, pero seguía siendo simétrico, espeluznantemente simétrico.
Finalmente llegó al final del bosque, era un claro. Estaba totalmente rodeado por el bosque. Un pequeño poblado se posaba en el. No eran más de 10 casas, pero eran parte de la oscuridad, a simple vista parecían ser parte del bosque o de la desolación que poblaba el lugar. Cuando Hernández piso por primera vez el claro sintió rápidamente un crujido debajo de las suelas de sus zapatillas. El suelo estaba inerte, no había ni un atisbo de vida en el, parecía quemado o corrompido por algo. Hernández pensó rápidamente que el suelo no era más que una continuación de la soledad y desolación que emitía el lugar, esas sensaciones provenían de la casa que tenía la luz del patio prendida.
Lentamente se acercó a la casa que lo atraía de manera extraña y adictiva. Un sudor frío le comenzó a correr por todo su cuerpo, cada vez estaba más cerca. La casa estaba muy derruida, los años la habían convertido en una casucha asquerosa y mugrienta. Ya estando al lado de la casa, comenzó a caminar en cuclillas, intentando hacer el menor ruido posible. La luz (como había supuesto desde el primer momento) era de las que se encuentran arriba de la puerta de entrada de las casas. Dentro de ella estaba pasando algo, los gritos eran desgarradores, los golpes inconfundibles, el llanto también, los insultos berborragicos, asquerosos, terminaban de completar la escena para convertirla en una pesadilla, ojala sea una pesadilla, quien me manda a meterme acá la concha de la lora. Se encontró aterrado, el sudor frío lo estremecía, pero no podía evitar seguir adelante con su objetivo (o el objetivo de otro, eso ya no lo sabía). Se acercó a la hendija que dejaban los postigos de madera derruidos de la casa y observó temeroso, él no quería, pero esa maldita curiosidad que lo había comenzado a carcomer desde que vio la luz no lo iba a dejar en paz hasta que mire lo que pasaba dentro de la casa, y observó. Y deseó nunca haberlo hecho. La ventana daba a la cocina, a su cocina, a la cocina que había pensado que la había dejado una decena de cuadras atrás. La casucha destruida reproducía su casa (o era su casa, ya no lo sabia con ciencia cierta). En una de las sillas de madera gastadas por el paso del tiempo estaba sentado su padre, con los ojos inyectados en sangre, insultando a la nada, rabioso, con las manos ensangrentadas, intentando culpar a alguien de lo que había hecho, de que mira lo que me hiciste hacer, vos tenés la culpa hija de puta, sos una mierda y lo sabes por eso me haces poner así, te voy a matar hija de puta, ¡te voy a matar! No quiso mirar más, se había dejado caer al suelo, lloraba desconsolado, no sabia bien que había pasado pero estaba aterrado, seguía llorando, qué hiciste papá que hiciste…
Se quedó arrodillado en el piso llorando un largo rato, dentro de la casa los aullidos despreciables de su padre seguían retumbando. Cuando logró recuperarse un poco, se levantó y quiso ver que había pasado con su madre. Se dirigió hacia otra de las ventanas, y ahí estaba, en realidad era la silueta de lo que él creyó era su madre, ya que la luz de la habitación estaba apagada. La silueta yacía tirada en el piso, se estaba usando de traba para cualquier nueva arremetida de su marido. Hernández no podía observar nada por la oscuridad, pero escuchaba los quejidos y las dificultades que tenia para respirar.  No aguantó más, salió corriendo hacia el bosque, quería escapara nuevamente de sus pesadillas. Pero cuando llego a la madeja de árboles y arbustos, no pudo pasar, es como si la densidad de los mismos se había multiplicado infinitamente, convirtiéndose en una muralla de clorofila inaudita. La desesperación comenzó a ahogarlo, no sabia que hacer, no tenia escapatoria. De repente, por la puerta de la casa, apareció una persona con una linterna para ver que pasaba fuera de la casa. Hernández no podía ver quien era, pero sabia que era su progenitor, era su pesadilla que ahora venia por él. Solo gritó, gritó de manera desgarradora y atroz. Dentro del baño de su casa, en la oscuridad de la noche, Hernández quiso despertarse pero no podía. La cabeza le explotaba, las nauseas no le permitían pensar, se sentía débil y a punto de desmayarse de nuevo, antes de caer inconsciente en el piso del baño, se encontró embadurnado de sangre, de su sangre que le salía a borbotones de las hendijas que se había hecho en sus muñecas.

***

Un fuerte dolor de cabeza y un mareo nauseabundo lo despertaron exaltado. La exaltación se debía no tanto por la rareza de su metabolismo, sino por tomar conciencia del lugar donde estaba. Si mal no recordaba se había desmayado luego de haber tenido esa monstruosa experiencia en esa casucha en el medio del bosque aterrador y en el baño de su casa. La blancura de la pieza y el olor a alcohol y desinfectante bastaban para darse cuenta que en ese momento se encontraba en un hospital o clínica. Cuando las nauseas y el mareo se apaciguaron, pudo observar con más detenimiento el lugar donde se encontraba. Definitivamente estaba en un hospital, era la habitación del hospital de la ciudad. El establecimiento que más de una vez tuvo que acompañar a su madre por los golpes de la mesa o los rasguños accidentales que se hacia, que él sabia que no eran así pero no podía desmentir a su madre delante de los médicos (esperanzado que luego de haber ido más de una vez con los mismo accidentes, la iban ayudar, esperanza que nunca se cumplían). En uno de los costados de la cama estaba dispuesto un suero intravenoso, lo que lo llevó a verse las vendas en las muñecas. Al otro lado de la cama había una silla, donde yacía el cuerpo de su madre, durmiendo. Al verla ahí, avasallada por los años y los golpes, le explotaron los sentidos y se puso a llorar, no ves que sos un cagón, cagón…cagón, subiéndote a la mochila de tu vieja como un gil…
-má…má…-le susurró, intentó despertarla y mostrarle que estaba mejor, o intentando aparentar estar mejor así no la preocupaba.
Al instante abrió sus ojitos, destilaban cansancio y dolor de años. Lo miró como controlando que se encontrara bien, luego cuando se percató que Hernández la estaba mirando, su cara se transformó en una genuina sonrisa y se levantó para besarlo y abrazarlo, como si habrían sido años que no se veían, como si habrían perdido en algún viaje hace tiempo. Y en realidad algo de eso había, ambos habían tenido el miedo de que la muerte no lo haya devuelto a Hernández y nunca más se vieran. En medio de ese caos de amor y sollozos, de palabras encontradas, finalmente Hernández hablo:
-soy un estúpido… ¡un estúpido importante!-pronunció esas palabras casi llorando, pero hizo todas las fuerzas para no soltar el llanto, porque sabia que su madre también iba a llorar y no tenia ganas de seguir complicando las cosas. Su madre se lo quedó mirando, frunciendo el cejo, como pensando o haciendo esfuerzo para no dejarse contagiar por la congoja de su hijo. Y sus labios, humedecidos por pequeñas gotas de lágrimas, le respondieron a su hijo.
-no hijo, no sos ningún estúpido, quizás todos tenemos un poco de responsabilidad. Principalmente yo. Nunca tendría que haberte hecho sentir eso a ustedes, nunca lo tendría haber permitido…
- no digas eso má…vos no sos culpable de nada, la culpa de todo es del hijo de puta ese, él tiene la culpa de todo. Vos no sabias que hacer y yo como un pelotudo siempre escapándome, siempre esquivando…
Un silencio se adueño de la sala, ninguno de los dos decía nada. De repente, la madre desviando la mirada, como si intentara buscar respuestas en los objetos de lugar, dijo:
-Pero no sabia que hacer hijo, hace años que lo soportaba, nadie me tiraba una mano y yo no hacia nada por miedo. Nunca me ayudaron, la policía cuando iba a denunciarlo me preguntaban que había hecho para que él se ensañara con migo, los médicos se callaban de manera asquerosa, como conciliando con él. Pero se acabó, ya no voy a sufrir más, ya no más…
A medida que le comunicaba esa noticia, Hernández comenzó a observar que el aspecto de su madre se iba modificando, como si con sus palabras se iba librando de miles de toneladas de su espalda sentimental. Rápidamente pensó que eran las palabras más hermosas que había escuchado en años.  Si bien en ese momento se encontraba maltrecho, sabía que otra época se avecinaba, una mucho mejor. Y en medio de la alegría y la satisfacción se quedó dormido.

***

No sabia si habían pasado minutos o días, solo sabía que de repente se despertó en medio de la noche, como si las innumerables horas de haber estado acostado lo llevaban a que la horizontalidad del cuerpo, por los dolores y resquemores producidos, le pedía solapadamente que cambie de posición. Entre bostezos y desperezadas, comprendió que la incomodidad que lo había despertado no era más que una fuerte puntada en la espalda, que a medida que iba adquiriendo la conciencia propia de la lucidez, comprendió que provenía de haberse quedado dormido en una silla. La exaltación fue gigantesca, no podía comprender como había pasado de haber estado en la cama, a ser parte de la silla. Y lo que aún era más incomprensible, era que al mirar sus muñecas, las vendas ya no estaban, ahora había unos relieves irregulares que cubrían las muñecas venosas. Se quedó mirando la nada durante un largo periodo, no podía encontrar respuestas a lo sucedido. Entonces se preguntó que si él no era quien estaba en la cama del hospital, entonces quién era. Fue girando su cabeza hacia la cama con un terror desgarrador, sabia que allí iba a ver algo que lo destrozaría. Cuando finalmente sus ojos se encontraron con la cama hospitalaria, en el silencio nocturno del hospital solo se escucho el grito desgarrador de Hernández. En la cama, yacía su madre con el rostro desfigurado. A la par de los gritos de Hernández, un sonido regular avisaba de la más cruel manera, que una vida había dejado de existir.  

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