jueves, 3 de mayo de 2012

Día Internacional de los Trabajadores: cuento "El testigo"

Como lo prometido es deuda, acá va un post en conmemoración al Día internacional del Trabajador. Como también ya lo he planteado, este día no es ni el del “trabajo”, ni de la “dignidad” del mismo. Es una muestra que la única manera de lograr que se cumplan nuestros derechos es por medio de la lucha, de la organización. Y eso ningún gobierno ni empresario lo va a hacer.
El cuento que les dejo se llama “El Testigo”, lo escribí a principios del 2011, a pocos meses del rescate de los mineros de Chile, de ese hecho que mostró hasta que grados de desidia y brutalidad es capaz de llegar el capitalismo. Qué diferencia hay entre la esclavitud, el cual (el esclavo) no es dueño de su ser, si los trabajadores actuales solo son libres de comer miserablemente o morir hambreados. El cuento sigue la misma línea de realismo mágico, o lo que podríamos llamar terror social, donde el miedo y el horror no son nada de fantástico sino propio de las mismas circunstancias sociales a las que son arrastrados los personajes. En definitiva el terror sin basamento social, es una forma más de trivializar el sufrimiento de millones de personas. El protagonista es como el símbolo de muchos de nosotros que hemos tomado conciencia de la miseria y explotación, el escepticismo es desterrado fácilmente cuando la realidad brutal nos pega una piña en la boca. Espero que lo disfruten.       

El Testigo

En  2009, de la mano del boom del cobre, la mediana minería alcanzó una facturación de US$ 1.800 millones. Los trabajadores de este sector (6.774 personas) son el 12,6% de la minería metálica en Chile. En 2009, la productividad por trabajador en este sector fue de 46 toneladas*. Sin embargo, según datos del Servicio Nacional de Geología y Minas, dos tercios de los trabajadores mineros de Chile son subcontratados, bajo condiciones de trabajo precarizadas. Los salarios y las jornadas laborales develan la desenfrenada explotación de los trabajadores por las empresas. En lo que va del presente año, se han desarrollado dos huelgas en este sector, en las cuales los trabajadores han salido ha denunciar años de congelamiento salarial, mientras la patronal cuenta con el código del trabajo para sofocar las luchas obreras.
La verdad obrera: “Chile: ¿accidente o codicia patronal?” 2/9/2010

Mientras Esteban Nuller leía la novela de Stephen King “Tommyknockers”, en Chile 33 mineros habían quedado atrapados a setecientos metros bajo tierra, en las desérticas tierras del Atacama. Esas tierras que ha visto morir a tantos trabajadores bajo la sed del capital, tiempo atrás con el salitre, hoy con el cobre. Mientras iba terminando aquel libro de ciencia ficción, los mineros lograron librarse de aquel claustrofóbico encierro y poder ver la luz nuevamente, aquella luz que les habían robado. Finalmente se salvaron, lograron escapar de aquel obligado encierro, y la alegría de ellos mismos y de sus familiares ocultó lo macabro de la situación.
Pasaron los días y aquella odisea dejó de ser noticia, los empresarios y el presidente del país limpió sus culpas tras la mascarada de la ayuda y la solidaridad. Así aquella terrible situación pasó a la historia y al olvido.

Era sábado cuando Esteban recibió la llamada que tanto le iba a modificar su tan tranquila y apacible vida. El viernes había desaparecido y el sábado empezaba a nacer entre el naranja y amarillento celeste del amanecer primaveral. Todavía estaba durmiendo, cuando de repente sonó el teléfono. Miró automáticamente por la ventana para intentar ubicarse temporalmente, en busca de algún rastro del celeste cielo soleado, pero por la ventana solo se observaba el monopolio naranja de las aún prendidas luces de la calle como del sol que se avecinaba.
-¿Ho…Hola, señor Nuller?- La voz del teléfono sonaba apagada, pensó que se podía deber al frío o al nerviosismo.
-Si, con él está hablando, ¿qué necesita?- Nuller quería sonar lo más cortes que el sueño y la ira por la hora le podía permitir. Igualmente se moría de ganas de gritarle si el reloj biológico se le había atrofiado (lo que después desgraciadamente corroboró que sí) o que quizás estaba manejando el uso horario de Australia. Sus pensamientos fueron abortados por la voz al otro lado del teléfono,
-Me gustaría encontrarme con usted para hablar…si es que puede, claro.
-Y usted es…- ya le costaba bastante poder controlar el enojo generado por las horas de sueño robadas, solo esperaba poderlo despedir lo más rápido posible para así seguir soñando. La voz del extraño sonaba cada vez más fría, como si el tiempo o las preguntas monosílabas de Nuller le generaran nerviosismo o miedo.
-No le puedo decir más señor, solo le pido que confíe en mí. Pueden estar vigilando la llamada. Pero le aseguro que le va a interesar, nos va a interesar a los dos… se lo aseguro. Lo espero en la plaza de su ciudad, no se preocupe yo lo reconoceré- El fastidio y la bronca de Esteban hicieron que no se pueda contener más, así que decidió cortar la comunicación, sin antes decir
-No le prometo nada.
            Colgó el teléfono, se dio vuelta en la cama y siguió durmiendo. A medida que el sueño iba ganando terreno nuevamente, la ira se iba apaciguando y las palabras de aquella persona ya no le sonaban tan delirantes, había algo que le decía que aquella conversación no había sido una falta de tiempo. El nerviosismo y el tono claramente chileno le hizo pensar que podía ser algo importante. O quizás no, pero por lo menos iba a ir a ese encuentro.         

Los Tommyknockers son los fantasmas de mineros que murieron de hambre, que golpean aún con los nudillos pidiendo comida y rescate
Stephen King “Tommyknockers”. 1997 (1987)

No le dijo a nadie que se iba a encontrar con alguien que no conocía y que ni siquiera sabía porque quería hablar con él. Quizás pensó que sonaría muy extraño la determinación con la que se había levantado ese sábado. No se podía explicar pero era como una intuición. De solo pensarlo le causaba gracia, Nuller no era de los que se basaban en intuiciones, ni siquiera las creía, pero esta vez era diferente. Sabia que el tono de la voz de la persona que lo llamó, en conjunto con el libro que estaba leyendo y las noticias que había visto en la televisión, se sumaban en un razonamiento que lo llevaba a confiar en aquella persona. Iría a la plaza a la hora que le pareciera. Los Tommyknockers llaman a la puerta. Apenas se levantó aquel sábado, y antes de hacer cualquier otra cosa, llamó al diario donde trabajaba para avisar que ese día no iba a ir. Le dijeron que no había problema, que se lo habían imaginado ya que a primeras horas lo había llamado una persona preguntando por él. Aquello lo preocupó un poco, quizás aquella persona que lo estaba buscando estaba más desesperado por hablar con él de lo que estaba imaginando.
                El día estaba frío, un día más en Santa Rosa donde el viento agresivo rondaba por las calles. Esteban salió para la plaza para llegar a eso de las seis de la tarde. Consideró que ese era un horario normal, “siempre cuando se acuerda una reunión es a las 18, ¿no?”.       La ciudad comenzaba a anochecer junto con el día. Las luces del alumbrado público y de los negocios céntricos comenzaban a ser la lumbrera de la zona. Se sentó en uno de los bancos que quedaba mirando para la municipalidad de la ciudad, se prendió un cigarrillo y se quedó mirando el reloj digital que estaba arriba del edificio administrativo. Daban las E menos S y marcaba una temperatura de 78 grados. Le causó gracia, hacia meses que ese reloj no funcionaba y todavía mantenía la costumbre de mirarlo.
Una persona se sentó a su lado. Sabía que era quien lo había llamado.  
-Hola, no me dijo la hora en la que me esperaba- El chileno, ya estaba seguro de que la persona era de aquel país.
 En ese momento se lo quedó mirando con sus grandes lentes de sol y le respondió que se había olvidado, que lo disculpara, que por las dudas se quedó a dormir en la plaza en su llegada.
Quiso preguntarle el porque de los anteojos de sol, el por qué de tantas cosas pero solo se digno a asentir con la cabeza. Pero las palabras que le había contestado le rondaron por la cabeza, ya no quedaban dudas, era uno de los mineros de San José. Intentaba parecer lo más natural posible, pero no podía quitar los ojos de los lentes de su acompañante. Le pasó a preguntar qué quería hablar con él; que cómo hizo para contactarlo. El joven chileno guardó silencio. Esteban había comenzado a perder la paciencia, no poder ubicar que decían los ojos de aquella persona que lo llamó el día anterior a la madrugada, hacia que no pudiera comprender a que se debía el silencio, si a simple soberbia o a tristeza o lo que fuera. Cuando se había decidido a cortar la conversación y decirle que era un estúpido por haberle hecho caso a un desconocido, el joven habló:
- Disculpe señor, me había quedado pensando… es muy puro el aire acá, es fresco y puro. Cuando uno se acostumbra a que el viento queme por el calor, y que la arena salitrada carcoma los pómulos, este aire patagónico sería más hermoso que cualquier regalo, que cualquiera…- Por unos segundos se había quedado mirando el cielo, absorto, como retozando, cada partícula de aire -…no sabia con quién hablar, por eso. Mi esposa siempre me había contado que su abuela vivía acá cerca, en Anguil si mal no recuerdo. No podía hablar en otro lado. En Mendoza o cualquier provincia fronteriza con mi país no iba a ser posible, porque se iban enterar y en Buenos Aires lo mismo. Así que decidí venir con mi señora a la Pampa, y de paso aprovechaba para desahogar mis pensamientos, mis recuerdos. Vine a Santa Rosa con la excusa que iba a conocerla, y averigüé en un periódico donde podía encontrar un periodista y me hablaron de usted- 
Nuevamente se había quedado en silencio, mirando el cielo ya oscuro. Se sacó los anteojos, parecía un cachorro recién nacido, los parpados y pupilas achinadas parecía que era la primera vez que veía la luz en mucho tiempo “es uno de ellos, sin duda” pensó Esteban.    
- No crea que soy un miedoso señor, de ninguna manera, pero se metieron con mi familia. Además el mayor de nosotros, cuando salimos le dio un regalo al presidente. Imagínese, todos mintiendo, los medios mintiendo, el gobierno mintiendo, yo habría sido el único que hubiese contado la verdad, y me hubiesen metido en algún hospital o desprestigiado con la mentira de que estaba bajo shock y no se cuantas barbaridades más- Todavía le constaba creer a Nuller, intentó por todos los medios ocultar la ansiedad y el nerviosismo.
-¿Y donde entro yo en todo esto?- En ningún momento quiso hacer una explicación de que sabia quién era, intento mostrar que lo daba sobreentendido así procuraba bajarle un poco la presión al joven de piel curtida por el salitre.
-ya se lo dije, disculpe si no me explique del todo bien, quiero contarle algo que viví, que vivimos en la mina. Ya se que en los medios y el presidente salió diciendo que todo fue maravilloso, que Chile se sobrepuso a la adversidad, pero no sabe lo que vivimos allí, nadie lo sabe, nadie nos creerá. Por eso lo llamé, pero me tiene que prometer que no se lo dirá a nadie, ellos saben que vine a la Argentina, y si no le queda otra y lo quiere publicar por favor hágalo un tiempo después, si es posible cuando yo muera- Se lo quedó mirando, cualquier prejuicio que había tenido se evaporó,  no era ningún estúpido o neurótico, solo era una persona asustada, muy asustada.
-Eso no puedo prometérselo señor, usted a acudido a hablar conmigo, yo no le he pedido nada- No sabía bien porque le había dicho aquella palabras, pero no quería quedar como que estaba desesperado por escucharlo, ser testigo de lo que muchos se habían preocupado por ocultar.

(…) Al tiempo yo pregunté: / ¿Padre, qué sabes de Dios?/ Mi padre se puso serio/ y nada me respondió.// Mi padre murió en la mina/ sin doctor ni protección. / ¡Color de sangre minera/tiene el oro del patrón!
Atahualpa Yupanqui “Preguntitas sobre dios”

-Es muy feo ¿sabe?
-¿qué es muy feo?
Se habían quedado en silencio durante unos minutos sin ni siquiera mirarse, hasta que surgió aquella afirmación. Solo depositaban sus ojos perdidos en la plaza que comenzaba a despoblarse, donde solo unos jóvenes estaban charlando en un banco más allá o una pareja se daba unos tenues besos mientras hablaban susurrantes.
-Todo es feo allí, y abajo aún más- hablaba ensimismado, sin importarle la presencia de Esteban, miraba hacia la nada, esperando que en la escena de la plaza apareciesen sus recuerdos y reflexiones de los últimos tiempos.
-¿Pero en donde?
-Allí señor, en el desierto, en la oscuridad de la profundidades de la mina. El Atacama no se si lo conocerá, pero es horrible…horrible no, desesperante sería la palabra más correcta. Miles de kilómetros de tierra resquebrajada por los calores ardientes y de noche los fríos helados que no hacen más que esterilizar todo, las tierras y nuestras mismas vidas. Solo los clasemedieros podrían considerar ese sitio hermoso, como aquellos extranjeros enriquecidos del rally Dakar que dicen “que hermoso lugar”, solo porque las carpas de campañas que utilizan para pernoctar están repletas de las mismas comodidades de sus palacios europeos, encima se van a los días. Pero otra cosa es vivir allí, vivir y tener que enterrarse vivo en las miserables minas. Con calores que sobrepasan la imaginación. Es un trabajo muy duro, donde cada día que nos metemos ahí, no sabemos si saldremos con vida. Ya se que puede considerar que ese trabajo es terrible en si, y no lo niego, pero usted tendría que saber cuando aparece algún nuevo trabajador en las minas- la mirada se volvió aún más sombría, las manos giraban nerviosas entre los anteojos oscuros- …Nadie quiere ser minero, en realidad nadie quiere vivir en el desierto ni en ningún desierto, es lo mismo que querer vivir en una tierra formada con telgopor con calores y fríos insoportables, menos aún en un trabajo donde la fuerza y las condiciones sobrehumanas ni siquiera alcanzan para pasar la miserable vida en aquel lugar. Como le decía, cada vez que uno ve esos ojos casi lloros, aterrados, temblando de miedo y claustrofobia. ¿Y sabe porque era terrible? Porque era vernos a nosotros, ver nuestros propios ojos cuando recién ingresamos en esa garganta de tierra y piedra.  
Disculpe señor que pierda el hilo de la conversación, lo que pasa que esto lo tenía atrancado en el pecho desde hace mucho…
-No se preocupe señor. Le podría decir cualquier palabra que lo reconforte, pero sabía que se quedarían pequeñas, pequeñas porque no logro imaginarse lo que le contaba- la desconfianza y ansiedad de diluyeron en lastima y compasión. Ya no le importaba la historia en si, de manera abstracta como lo había pensado en momentos antes, ahora solo quería saber si podía ayudar de alguna manera, aunque sea escuchando, siendo testigo de aquel desconocido.
-Gracias, se que sus palabras son sinceras…Cuando estuvimos encerrados allá abajo, pensé que no íbamos a salir más, que nuestros días iban a acabarse y quedaríamos inertes, muertos bajo esa mole de piedra y tierra. No se si lo escuchó por la radio o por la televisión cuando decía el presidente que ahora íbamos a tener una vida mejor. Es gracioso saber que tuvimos que salvarnos de milagro para saber que viviríamos un poco mejor. Lo que es más graciosos es que tiene la desfachatez de decirnos en la cara que viviremos mejor. No fuimos los únicos que sobrevivimos, eso lo tengo claro, pero fueron más lo que nunca más vieron la luz. Además ya hace muchos años que trabajo ahí (o trabajé). Fueron muchos los años que estuvimos allá abajo sin nada, solo con calor y poco oxigeno, solos en medio del desierto, sacando ese oro que nunca usaríamos en nuestras vidas… Por donde iba, a si, pero estábamos ahí encerrados, sin poder salir, comiendo por sondas, actuando frente a las cámaras como si se preocuparan de nosotros, pero nunca lo hicieron, porque deberíamos creer.
Igual eso no le quería contar. Lo que le quería decir es que no estábamos solos ahí, sabe.
-¿Cómo que no estaban solos?- qué era lo que le quería decir ese hombre-
-Si, lo que escuchó. Mientras estuvimos en el bunker esos largos meses, empezamos a escuchar chirridos, susurros que venían de más allá de las zonas iluminadas por los pocos elementos con los que contábamos. Primero pensábamos que eran nuestra propia imaginación por estar tanto tiempo encerrados, pero con el paso de tiempo terminamos por convencernos que no era ninguna fantasía. Esos sonidos eran a la noche, nosotros sabíamos que era de noche porque era la segunda sonda que recibíamos y nos avisaban. Eran tenues sonidos, como perpetrados por alguien carcomido, chirridos como de ramitas intentando cavar en el derrumbe, sonidos más graves que eran como susurros. Y luego terminamos confirmando nuestros temores. Aquellos sonidos sobre el derrumbe eran dedos esqueléticos que intentaban liberarse del derrumbe titánico, esos susurros nos llamaban a nosotros, nos pedían ayuda nos pedían un poco de comida que nos traían en las sonda… “Comida por favor, Agua…” eso decían, si, como olvidarnos de esas voces ya no humanas-
Otra vez el silencio entre los dos. Esteban Nuller miraba de nuevo la plaza, ya estaba casi despoblada si no fuera por ellos y los jóvenes que cortaban camino para ir al boliche que estaba enfrente. Quería odiarlo, quería golpearle la cara y decirle que era un embustero, que estaba loco, que se haga tratar, pero no podía. No podía porque tuviera lastima, aunque la tuviera, no podía porque le creía, o quizás tampoco era eso, sino que creía lo que su acompañante creía.
-Usted me está diciendo que había…
-¿fantasmas? No lo sé. Fantasmas es un sustantivo, un nombre que le damos a algo, pero no se que eran ellos, si quiere dígale fantasma. Nunca los vimos ni se nos acercaron, nosotros los llamábamos Tommyknockers. 
-¡¿TOMMYKNOCKERS?!...pero…pero cómo…
-No se ponga así. Nunca habíamos escuchado esa palabra, pensamos que se nos ocurrió porque sonaba como un golpe y un nombre norteamericano, por los dueños de las minas, sabe. Después nos enteramos que era el nombre de una novela de un escritor norteamericano. Pero antes de aquel encierro nunca la habíamos escuchado, es todo una coincidencia, ¿no? Fue el primer nombre que se nos vino a la cabeza. Y cuando estábamos aburridos, nos poníamos a hacer un juego de palabras que decía “Los Tommyknockers llaman a la puerta”-se quedó callado, como si buscaba las palabras exactas o la forma de convertir en palabras un recuerdo o reflexión-…eran a nosotros, a nosotros a los que llamaban. Cuando terminamos concluyendo que no eran sonidos del derrumbe, nos pudimos a pensar que pudieron ser. Imaginamos que pudieron ser mineros como nosotros, que mantenían su último recuerdo de humanidad, pidiendo agua y comida- su cara se desfiguro en una mueca de dolor-. Se da cuenta, solo buscaban agua y comida…como nosotros. Nos llamaban, nos buscaban para hacernos saber que no estábamos solos, que ellos no pudieron salir, que el sonido que nosotros escuchábamos eran sus uñas desangrándose contra la piedra en un intento estéril de poder sobrevivir.
Sus palabras se apagaron estrepitosamente. Sus ojos cambiaron, ya no parecían tan torturados por las luces naturales del alumbrado de la plaza, parecían que venían de muy lejos, de otra parte, de alguna parte de sus recuerdos, que nuevamente había estado en aquellas oscuras minas y que otra vez había vuelto a ver la luz.

Se quedaron en silencio por un largo tiempo. Esteban no sabia que decir y por el aspecto de su acompañante parecía agotado por la resurrección de la vivencia, pero aparentaba estar feliz, tranquilo. Luego al percatarse de la incomodidad en la que se encontraba, el joven cambió el tema y se pusieron a hablar de otras cosas, de banalidades que hablan las personas cuando no saben que hablar. Cuando se terminaron las banalidades, el joven chileno le dijo que se tenía que ir, que había salido muy temprano de la casa de sus parientes y ya debían estas preocupados. Se saludaron, Esteban le indico como debía hacer para agarrar la ruta y volver a Anguil. Antes de salir en busca del auto, se lo quedó mirando y le preguntó “¿Usted me cree no?”. Pero Esteban no respondió, el minero tampoco espero su respuesta y salió caminando tranquilamente, con las manos en los bolsillos.
Pero le había creído, le había creído lo que le contó que había pasado en esos 700 metros bajo tierra, de lo que les pudo pasar a otros como ellos que no corrieron con la misma suerte. Pero no podía creer en la existencia de fantasmas, de muertos vivientes bautizados por Stephen King.  

(…)Estoy convencido de que los mitos y las leyendas son intentos de dar respuesta a miedos y situaciones que el racionamiento de los sujetos no pudieron darle respuesta en determinado momento de la historia de la humanidad. Pero no puedo ser lo suficientemente engreído como para pensar que aquellas historias –como la de esos Tommyknockers sudamericanos- de algún sitio salen, que algún fundamento real tienen –por mínimo que sea- .  
Los Tommyknockers o “fantasmas” -para darle un nombre conocido, aunque no sean del todo extrapolable-  no son reales, pero la vida que le han dado aquellos mineros tranquilamente pudo ser cierta. El hambre y la miseria en las minas son tan reales como no lo son los muertos vivientes.
¡Cuántos Tommyknockers habrá enterrados en las minas de carbón, con sus pulmones ennegrecidos y envenenados por el grisú, ya inertes y fríos!
¡Cuantos cuerpos de niños deformados por el trabajo forzado han tenido como tumba, minas desperdigadas por el mundo que no sabemos o no nos dejan saber! 
¡Cuantos nuevos Tommykockers harán escuchar sus maquinas de cocer en talleres clandestinos de marcas renombradas! Mientras un niño bien de un barrio residencial, sonriendo en su propia frivolidad, sin saber que lleva una parte de la vida de un trabajador, que luego será un nuevo Tommyknockers, con sus manos deformadas.
¡Cuentos más surgirán de las deformidades del Glifosato! 
¡CUANTOS TOMMYKNOCKERS, LLEGADO EL MOMENTO, TOCARAN LAS PUERTAS DE LAS CASONAS DE SUS PATRONES, DE SUS SICARIOS!

(Fragmento de la nota periodística “Los Tommyknockers tocaron las puertas de la mina San José”, escrita por Esteban Nuller).




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