Hoy vuelvo con un nuevo post, que en realidad
van a hacer una serie de publicaciones. La misma va a ser un relato por partes
que se llama FORJA. La idea del cuento comenzó cuando estrenamos en la ciudad el
documental “Memorias para reincidente”(si no la pudieron ver aca pueden tener más información, o contactate conmigo por privado) en la sala de cine Amadeus. Días antes
la estaba mirando en mi casa y me termina llamando la atención una escena en
particular. Es la que comienza a comentar el “Petiso” Páez (uno de los
dirigentes del SITRAC-SITRAM) sobre la experiencia durante el clasismo cordobés
y el caso de la fábrica FORJA, donde los trabajadores en medio de una asamblea
terminan planteando que se quedaban sordos, que no tenían erecciones, y que
muchas veces terminaban pegándoles a sus mujeres para no tener que demostrar su
falta de erección. Y ahí terminó confirmando que la realidad termina superando
la ficción de la manera descarnada. Uno entre tantos ejemplos donde la anarquía
y esclavitud capitalista lleva a convertir materialmente a sus asalariados en
cosas, los termina deshumanizando a tal punto de perder partes vitales de su
cuerpo. Aquello me funcionó como inspiración, luego lo demás es ficción. El relato
inicia sobre un protagonista que trabaja en FORJA, una metalúrgica fantasma
donde producen cosas de metal que ni siquiera ellos saben para qué sirve, y
desde ese punto como ese trabajador y sus compañeros comienzan a perder
humanidad, siendo una victima más de la alienación, pero ya no solamente en
tema de lo que produce, sino sobre su propio cuerpo.
Espero que lo disfruten.
FORJA
"Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño
intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.
Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un
poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en
forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a
punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en
comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.
« ¿Qué me ha ocurrido?», pensó."
Franz Kafka (1915) “La metamorfosis”
"¿En qué consiste entonces la enajenación del trabajo? Primeramente
en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en
que en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente
feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual,
sino que mortifica su cuerpo, arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo
se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo, fuera de sí. Está en lo
suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es,
así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción
de una necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera
del trabajo. Su carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan
pronto como no existe una coacción física o de cualquier otro tipo se huye del
trabajo como de la peste. El trabajo externo, el trabajo en que el hombre se
enajena, es un trabajo de autosacrificio, de ascetismo"
Marx, (1844) "Manuscritos económico-filosóficos"
El estruendo latoso, continuo y monótono del
despertador a cuerda sonó hasta que su mano frenó los martilleos del mismo.
Cuando se despertó, le pareció que no había dormido nada, que solo había sido
una siesta. El bullicio se había acabado, pero seguía repiqueteando el que
correspondía con el segundero. En medio de la negritud observó que hora era,
las agujas fosforescentes marcaban que eran las cuatro. En otras ocasiones,
esos números hubiesen sido iguales o tan banales como la oscuridad que cubría
su cuerpo ese jueves de noviembre con aires de verano. Pero ese cuatro y aquel
doce luego del tintineo violento, significaban que era de madrugada y que
dentro de dos horas debía ir a trabajar.
Por unos minutos se quedó mirando el reloj, para él
eterno. Pensaba en el sueño que había tenido aquella noche. Se encontró desde
el primer momento corriendo, corría sin parar. Corría porque lo perseguían,
porque él era Prometeo. Aquella palabra se le ocurrió en el sueño, que era
Prometeo. También sabía, mientras iba corriendo, que lo que debería haber robado
era fuego, pero nada de eso había hecho. Había robado otra cosa. No podía parar
de correr, no lo sabía muy bien pero debía hacerlo, muchas cosas importantes
dependía de su corrida. Siguió corriendo, por donde andaba no lo sabía y
tampoco le importaba, la oscuridad cubría todo su alrededor y solo unas luces a determinados metros lo
alumbraban. A lo lejos, a miles de aquellas luces de distancia, había una luz,
allí es donde debía llegar, pero estaba muy lejos y las fuerzas les fallaban. Y
en ese preciso momento se dio cuenta que algo andaba mal, en ese preciso momento le prestó atención que
era lo que llevaba en las manos, y ahí estaba, un corazón humano, rojo y
sangrante que iba en sus manos, todavía con un latido débil. No paró de correr
por nada del mundo. Siguió hacia la luz donde estaba su salvación y la de
muchos otros. Pero las fuerzas le fallaban cada vez más y la sangre del corazón
era más, y se comenzó a ahogar, un líquido en la boca no le permitía poder
respirar, y cuando se dio cuenta era so propia sangre.
Cuando quiso moverse para salirse de la cama un
intenso dolor le cruzo por todo el cuerpo. Otro día que debía levantarse con
esos dolores, lo único que esperaba era que solo sean esos dolores, y no
también todo lo demás. Lo que más le dolía eran las articulaciones, le dolían
como si agujas, miles de ellas, se le clavaran en la carne, los nervios y los
huesos. Le dolían como si esquirlas ensartaran cada una de las partes donde se
movían sus huesos. Eran todos pensamientos que se le cruzaban por la cabeza a
nuestro protagonista, pero el que más lo asusto fue aquel que pensó que ya no
tenía más huesos, y que eran hierros que se le hundían en las carnes. A los segundos pudo, no sin esfuerzo, sentarse
en la cama y prender una vela para alumbrarse en la oscuridad en la madrugada
de aquel jueves de noviembre. A su lado estaba ella, durmiendo, con la cabeza
hacia el centro de la cama. Él se la quedó mirando, no dijo nada, hizo el menor
movimiento, aguantando la respiración, hasta que pudo bajarse de la cama para
ir al baño. La miró por un momento más, acomodó la espalda a la rigidez de la
noche y salió al baño.
Todavía adormilado se sentó para poder orinar
tranquilo, aún le estallaban los oídos por el nerviosismo propio de los sueños vividos.
Cuando terminó, se dirigió a la ducha, y sin preocuparse por calentar el
calefón, se metió bajo la lluvia helada, que hacía retorcerse de dolor por casi
todo su cuerpo. Mientras el agua le caía por su cuerpo y le hacía arder las
mucosas y doler las articulaciones, le pareció escuchar igual de claro de si
estaría a su lado, el reloj despertador. El sonido lo seguía escuchando
mientras el agua seguía recorriendo el cuerpo amasijado por el trabajo y el
tiempo, y pensó si al sonido lo estaba oyendo o sintiendo, y si realmente era
el despertador en la habitación de su casa, o era otro sonido metálico que
mejor no quiso pensar.
Qué hora serán, seguramente ya eran las cinco menos
algo, pensó. El agua lo estaba haciendo retorcerse dentro de la lluvia, con
lagrimas en los ojos se terminó de enjuagar y salió de ahí, con la espalda
jorobada, dolorido.
Esta persona se levantaba a las primeras horas de la
mañana ya que trabajaba en el primer turno del día en una fábrica que se llama
FORJA. Era una metalúrgica que estaba ubicada en las afueras de la ciudad, tan
lejos de la ciudad que solo el aire y los trabajadores de allí escuchaban sus
ruidos de fábrica, sin olvidarnos de aquellas casas cercanas, aquel pequeño
barrio donde él vivía. Allí trabajaba. Producían objetos de metal. Y esa
ambigüedad era hasta respondida por nuestro mismo protagonista: la fábrica
hacía objetos de metal. Cuando algún compañero nuevo de la fábrica preguntaba
que hacían, los demás le respondían lo mismo que les habían dicho a ellos, que
eran objetos que tenían la particularidad de tener un gran uso en las
producciones del futuro. Y por eso mismo
es que son compradas, por la novedad de aquel producto intermedio.
Salió del baño con los mismos dolores de
articulaciones, con el sonido del despertador tan claro que se le comenzó a
mezclar con los sonidos que se escuchaban en la fábrica. El metal contra el
metal, las chapas derritiéndose…Siguió avanzando mientras pasaba un toallón por
las partes a secar, cada una con un matiz diferente de dolor. Siguió caminando,
lento, evitando hacer ruido.Ya seco pero igual de dolorido miró el reloj
despertador, donde sus tintineos y agujas le hacían saber que ya eran las cinco
de la mañana. Se vistió lentamente, mientras seguía mirando el despertador,
cuando ya estuvo vestido con la ropa del trabajo siguió hacia la cocina-comedor
de su rancho.
Todavía oscuro, encendió los faroles que tenía en
cada punta de la habitación, prendió la radio a pilas y se dispuso a preparar
el mate. Mientras cargaba la pava con agua de la canilla, miró por la ventana.
La oscuridad ya grisácea mostraba que un conjunto de nubes comenzaban a
avecinarse, puteó. Puso la pava en el fuego mientras escuchaba el noticioso. El
locutor afirmaba su sospecha de lluvias, e insultó de nuevo. Mientras el agua
se calentaba seguía mirando por la ventana, llenó de yerba el mate y probó el
primero con el agua todavía tibia. La sensación de haber probado sangre pura lo
llevó a escupir el contenido. El gusto era terrible, pero cuando miro lo que escupió,
no había nada, solo agua y yerba. No había nada de sangre, pero ese asqueroso
gusto seguía ahí, o lo estaba pensando, no lo sabía. En la radio comenzó a
sonar un tango, mientras lo tarareaba probó otro mate, no sin cuidado, pero ese
si lo degustó como lo que era. Mientras seguía mirando por la ventana, un ruido
lo hizo darse vuelta. Allí estaba la mujer que hora antes la estaba mirando
mientras dormía. El seguía apoyado en la mesada de la casa, pensando más en las
nubes que en otra cosa. Ella todavía despeinada y somnolienta le dijo que iba a
llover, el no le contestó, a ella no le pareció importarle. Mientras el se
tomaba el tercer mate, ella le preguntó por qué no le contestaba, y el de nuevo
no respondió.
Se tomó unos mates más, les convidó unos más a la
mujer, y luego salió hacía la puerta que daba al frente para irse a trabajar.
La negritud del amanecer y la tormenta que se estaba gestando arriba de su
cabeza lo recibió. De adentro de su casa escuchó la voz de la mujer que le
decía que se lleve la capa. De nuevo no le respondió pero fue a la habitación a
buscarse la capa amarilla para cubrirse del agua. Dentro de la habitación,
mientras buscaba dentro del ropero de pino, arriba de la mesa de luz, sobre una
carpeta tejida al crochet, el despertador seguía tintineando al compás de su
corazón.
Con el rompevientos sobre su mano, miró el cielo
gris, se subió a su bicicleta que estaba debajo del toldo de paja de frente de
la casa y salió hacia la ruta hacía FORJA, donde producían objetos de
metal.
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