Hoy moría, hace 73 años, uno de los máximos referentes de
la revolución socialista: León Trotsky. Hablar de él o que yo escriba algo
quedaría enmudecido ante la inmensidad de su vida y sus acciones. Desde el
momento en que Stalin se hizo con el poder en la Unión Soviética ,
los epígonos de éste, como los voceros de lo más variopinto del imperialismo
nos han perseguido, nos han matado, nos han querido destrozar. Pero ante cada
camarada que dejaba su vida en algún campo de concentración de nazi o
estalinista, o cualquier cárcel oscura de otro país, surgían otros que seguían
levantando las banderas de su lucha. Y eso habrá enfermado a sus enemigos, a Stalin,
porque tuvo que matarlo queriendo terminar con su negación, pero nunca lo mató,
nunca mató su lucha. Y es tan así que sigue en las bocas de los ideólogos del
capital, diciendo mentiras, queriéndolo matar de nuevo.
Ya
son más de setenta años, y sus ideas siguen en cada uno de nosotros que
abrazamos esta noble causa, el fin de la explotación del hombre por el hombre.
Pero
como prometí que mucho no iba a escribir yo, que mejor homenaje que dejar sus palabras. Aquí, su testamento que redactó antes de morir.
"Mi
presión arterial alta (que sigue aumentando) engaña a los que me rodean sobre
mi estado de salud real. Me siento activo y en condiciones de trabajar, pero
evidentemente se acerca el desenlace. Estas líneas se publicarán después de mi
muerte.
No
necesito refutar una vez más las calumnias estúpidas y viles de Stalin y sus
agentes; en mi honor revolucionario no hay una sola mancha. Nunca entré,
directa ni indirectamente, en acuerdos ni negociaciones ocultas con los
enemigos de la clase obrera. Miles de adversarios de Stalin fueron víctimas de
acusaciones igualmente falsas.
Las
nuevas generaciones revolucionarias rehabilitarán su honor político y tratarán
como se lo merecen a los verdugos del Kremlin.
Agradezco
calurosamente a los amigos que me siguieron siendo leales en las horas más
difíciles de mi vida. No nombro a ninguno en especial porque no puedo
nombrarlos a todos.
Sin embargo,
creo que se justifica hacer una excepción con mi compañera, Natalia Ivanovna
Sedova. El destino me otorgó, además de la felicidad de ser un luchador de la
causa del socialismo, la felicidad de ser su esposo. Durante los casi 40 años
que vivimos juntos ella fue siempre una fuente inextinguible de amor, bondad y
ternura. Soportó grandes sufrimientos especialmente en la última etapa de
nuestras vidas. Pero en algo me reconforta el hecho de que también conoció días
felices.
Fui
revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante
cuarenta y dos luche bajos las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar
todo de nuevo trataría, por supuesto de evitar tal o cual error, pero en lo
fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario,
un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo
irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos
ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud.
Natasha
se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi
habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras
el muro, arriba el cielo claro y azul, y el sol brilla en todas partes. La vida
es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y
violencia y la disfruten plenamente."
(Coyoacán, México, en agosto de 1940)
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