Les dejo uno de los últimos cuentos que escribí. El titulo que le puse es "Mursa y la Esfinge de barro y sangre o el Cuerpo de Lewy". Mucho no le voy a comentar, trata la historia de Mursa, un joven de una sociedad y mundo lejano, que ante la muerte de su madre, debe enfrentarse a diferente avatares hasta sucesos que no pueden explicarse. Para acompañar la lectura les dejo una interesante banda de música Neo-clásica, con unos interesantes toques melancólicos y oscuros, que se llama "Stoa". Lo dividí en dos partes. No se olviden de compartir y recomendarlo si le gusto.
Mursa y la Esfinge de barro y sangre o El Cuerpo de Lewy
I
El sol se acababa de ocultar
detrás de la colina que no tenía nombre, o que Mursa no lo conocía. La humedad
era cada vez más densa, más visible, mojándole los brazos, las hojas de los
árboles, el suelo. La humedad había comenzado a afectarle la garganta con una
fuerte picazón que le hacían dar ganas de toser. Su madre le había contado, que
las dolencias que le creaban la humedad y el frío se debían a que había nacido
en una fuerte sequía. El calor era tan intenso, que en las pocas lluvias que se
sucedieron en aquella temporada, se evaporaban antes de tocar el suelo.
-Te podes callar Damián- esas
palabras, en el medio de la noche, en el medio de la selva húmeda y solitaria,
lo hicieron estremecer de nuevo.
Otra vez había escuchado esas
palabras en el medio de la noche. Por eso no podía hacer ruido, no podía
permitirse dormir, y menos aún toser. Se preguntaba qué querían decir esa palabra ese sonido que
no entendía “Da mi an” no sabía que significa, seguro nada bueno. Quizás era
él, pero imposible, él era Mursa. O quizás, significaba algo en algún idioma
extraño, ajeno a sus conocimientos. El Mago Jefe (el “falso Mago Padre”, pensó
Mursa) nunca les había hablado de otras personas, pero seguramente existían,
con sus magos, sus protecciones, igual creados por Tlusque, como ellos. Pero
obviamente nada se podía creer de aquel monstruo que por tanto tiempo llamaron
Mago Jefe.
Se quedó en silencio de nuevo,
esperando alguna señal de aquella voz que lo había descubierto. Preparó su arco
con su flecha preferida, aguantando la respiración y la picazón en la garganta.
No sucedió nada, quizás ya se había ido. No le preocupaba los animales que
puedan aparecer en la noche de la selva, su arco lo podía proteger. Pero sabía
que había muchas cosas con las cuales el arco no le iba a servir de nada. Sólo
lo podía proteger la fe, la fe que perdió y recuperó en tan poco tiempo.
Cuando salió de la aldea lo hizo
como un renegado, un descreído, un desgraciado. Salió de las chozas, ante las
miradas de sus parientes y conocidos, como aquel que había abandonado la gracia
de Tlusque, de la única diosa sobre el mundo. Pero en aquel momento no hubo Tlusque
para Mursa, no había nadie alrededor más que él, él y su búsqueda de la verdad.
Pero se miraba luego, con el arco en la mano, en guardia, no solo convencido de
la existencia de Tlusque, sino que él era parte de su plan para cambiar el
mundo, y la cicatriz que tenía en el pecho lo demostraba.
II
Desde que era un niño, creció
con las palabras de su madre, padre y los magos que le decían que el mundo
había surgido del parto de Tlusque, la Esfinge de barro y sangre, la madre
creadora de mundos. Con la sangre de su vagina, mezclándola con la tierra de
otros mundos antes creados, creaba uno nuevo, con forma de plato, y lo colocaba
con los demás, delante de su horno de artesana, para secarlo, y darnos la luz
del día y así poder sobrevivir. Además, con lo que quedaba de ese barro, los
creaba a ellos, a los que iban a tener la función de cuidar a ese nuevo mundo,
cuidarlo y vivir en él. Finalmente, construía a los guardianes, protectores a
imagen y semejanza de Tlusque, que tenían la función de proteger a los servidores.
No siempre había sido así. Antes de la Maldad, como lo llamaban los magos,
Tlusque sólo hacia a los servidores de los mundos que creaba. Pero en uno de
los mundos que había construido hacía mucho tiempo, sus habitantes celosos de
Tlusque, quisieron ser como ella, quisieron ser dioses, ser mejor que ella. Y
fue así que comenzaron a sacrificar a sus propios hermanos, bebiendo su sangre
y comiendo su carne. Eso los corrompió, convirtiéndose en monstruosidades
odiosas, con el solo afán de comer y beber la sangre y la carne de sus propios
hermanos por la eternidad, pasando de mundos a mundos, con ese solo objetivo.
Esas monstruosidades se bautizaron con un nombre que ellos quisieron,
comenzándose a llamar Nurstos, los destructores de mundos, los odiosos de
Tlusque. Ante aquella terrible situación, y contrario a su idea, Tlusque tuvo
que intervenir en el mundo creando a las esfinges guardianas.
Entre las otras enseñanzas que
había recibido Mursa, era que cuando uno moría de manera natural, era recibido
nuevamente por Tlusque, y la acompañaba a crear otros mundos por la eternidad,
y muchas veces volvían al mundo en forma de guardianes. Pero también uno se
podía morir en manos de los Nurstos, lo que lamentablemente uno se convertía en
uno de ellos. Por eso, los magos, los servidores que estaban más unidos a
Tlusque, debían mantener protecciones sobre las aldeas donde vivían los
servidores. Pero lo que nadie sabía, o no supieron responderle a Mursa, es qué
pasaba si uno era muerto en manos de un hermano, o si uno mismo se quitaba la
vida. Esas fueron las primeras preguntas que se hizo cuando descreyó de todo lo
que le habían contado, de todo de lo que había creído. La pregunta era dónde
estaban los protectores cuando eso pasaba, dónde estaban. Porque cuando vio el
cuerpo de su madre desparramado en el suelo de la choza, se preguntó todo eso y
más.
-¿por qué no protegieron a mi
madre?- se preguntó- o quizás peor, los guardianes estuvieron ayudando a la
persona que asesinó a mi madre, fue parte de ello.
Tuvo ganas de gritarles con toda
su garganta a las personas que en silencio observaban aquel día:
-¿No se dan cuenta? nos han
dejado solos. Quienes debían velar por nosotros, nos abandonaron. La protección
no sirvió de nada. No sirvió de nada, por no hay nada. No somos más que unas
personas solas, que si no nos cuidamos entre nosotros moriremos como moscas.
Pero no dijo nada.
Por esa razón consideró que
odiaba a Tlusque, o simplemente comenzó a pensar que no existía, que nunca
existió.
Pero luego se dio cuenta que
habían sido pensamientos estúpidos, infundados, y eso se debía porque era mucho
más fácil pensar en la responsabilidad de la diosa, y no en la lucha descarnada
que estaba enfrentando con la maldad, con los destructores de mundos.
-Qué ciego fui, como no pude ver
que era una prueba, que yo fui mi propia prueba, y casi no la pasé- pensaba
luego, mientras seguía apuntando con el arco, escuchando las voces de los
Nurtes, o de algo más que no podía comprender.
Hubo muchas pruebas que se le
fueron presentando desde ese momento, según pensaba, y que no se había
percatado. Sólo los pensamientos lograban darse cuenta que su llamamiento en
las filas de Tlusque venía de mucho antes.
III
Había comenzado como cualquier
otro día. El sol de la selva se había comenzado a filtrar entre las hendijas
que dejaban las cañas que formaban el hogar. Mursa se despertó al llamado del
vigía que avisaba el inicio del día. Con el resto de los varones de la aldea se
dirigió al lago al que llamaban Asetsema donde se lavaron y desperezaron, como
hacían todos los días. A Mursa era la parte del día que más le gustaba, se
posaba en el borde, con el agua llegándole a las rodillas, y allí se sentaba,
sintiendo el barro en su cuerpo, haciendo que penetraran entre los dedos de sus
píes. De esa manera consideraba que estaba más cerca de Tlusque. Aquel día
pensó en sus antepasados, en su padre que hacía poco tiempo que había muerto en
manos de un puma que lo sorprendió desprevenido. Lo extrañaba mucho, pero las
magas y magos que tenían en la aldea le habían enseñado que el dolor se debía
convertir en orgullo porque se había ido a construir mundos con Tlusque.
Se terminó de lavar y salió para
las chozas, allí terminaría de preparar su carcaj y flechas y saldrían a cazar
con el resto de la aldea. Ullar había afirmado el día anterior, que en el lado
norte del lago estaba merodeando un Puma gigante, y que podía ser un buen
motivo para evitarse un ataque en lo próximo, y mejor aún poder comer carne, ya
que hacía mucho que no se veían animales, que empezaban a aparecer recién a
inicios de la primavera.
Al momento de entrar a su choza,
vio que acababa de salir de ella el Mago Jefe, Elzaba, el heredero de la
primera estirpe de servidores del mundo, los únicos que podían comunicarse con
los guardianes, además de haber heredado los secretos del uso del fuego. Al
momento de ver a Mursa la cara se le transformó, o eso es lo que luego le
pareció al recordar la situación. Se quedaron en silencio por unos segundos,
hasta que finalmente terminó hablando Elzaba, pero las palabras que se
escucharon de su boca no fueron las que esperaba. La respuesta que encontró
luego es que simplemente sus pensamientos se confundieron, que lo que sucedió
después le afectó, confundiendo la realidad con el sueño. Las palabras que escuchó
Mursa en la voz del Mago Jefe fueron:
-Hola, ¿Qué haces levantado a
esas horas? ¿Te dieron permiso o te escapaste? Tomate esto que te va a hacer
bien.
Nada de lo que decía tenía sentido,
menos saliendo de su choza. Sin pensarlo, Mursa esquivó la mano de Elzaba, y no
dijo nada. El Mago jefe habló nuevamente:
-Estás nervioso, no te hagas
problema, ahora llamo a alguien para que te ayude.
Nuevamente, nada con sentido, y
él saliendo de su casa. Nervioso, transpirado, con miedo, hablando
incoherencias.
Mursa no dijo nada, esperó que
el Mago Jefe se retirara, y luego entró en su hogar.
La choza seguía oscura, lo que
tuvo que esperar a que los ojos se le acostumbren a la oscuridad. Llamó a su
madre:
-Madre
La llamó preguntando
-¿Qué hacía el señor mago Jefe
aquí, madre? No le entendía lo que me decía. ¿Madre, estás ahí?
Pero nadie respondió.
- Madre- preguntó de nuevo
Nadie respondió. Cuando sus ojos
se acostumbraron a la oscuridad logró ver el cuerpo de su madre revolcado en el
suelo de tierra y algas. Se acercó en silencio, paso por paso, viendo con más
claridad el cuerpo en el suelo. Allí estaba, al lado del bracero apagado,
volcado de un lado, humeando las algas. Y vio de nuevo al Mago jefe, afuera de
la casa, ya no solo serio y diciendo cosas que no le entendía, lo vio pálido,
lo vio sudando, con las manos ensangrentadas, su tunica manchada con semen…o
eso también lo pensó después, no lo supo decir.
La vio al lado del brasero,
desnuda, con la entrepierna que sangraba tupidamente, con los pezones arrancados,
la cara desfigurada, siendo una pasta de sangre y carne.
Nunca pudo saber bien cuanto
tiempo se pasó allí, en el suelo, con la cabeza destrozada de su madre en su
regazo, mientras le acariciaba la cabellera pegoteada de sangre y con moscas
que se iban agolpando en su cuerpo de amontones, como manchones negros,
asquerosos, pero no le importó. Solo fue desprendido de ese estado cuando se
escuchó la voz de su amigo Ullar que lo llamaba desde afuera de la choza:
-Mursa, Mursa, es hora de salir
a cazar…-
Pero Mursa no respondió.
Se
recordó nuevamente delante de la aldea y los Magos. Todos lo miraban, odiosos,
temerosos de lo que estaban viendo: a alguien con la sangre de su propia madre.
Eran muchas prohibiciones juntas, era la encarnación del patriarca de los
Nurstos. A Mursa poco le importaba lo que pensaran, sólo tenía ojos para con el
Mago Jefe, que parecía no importarle, parecía que disfrutaba con ello. Ante el
silencio que reinaba, terminó hablando el Mago Jefe:
-Hermanos,
acabo de escuchar las palabras de uno de los guardianes que se ha enterado de
lo que acaba de suceder en nuestra aldea. Ya se que piensan que fue nuestro
hermano Mursa, pero están equivocados, el guardián nos acaba de informar que
los Nurstos acaban de romper las protecciones en más de una aldea. Eso sugiere
que fue acción de ellos, de esos malditos destructores de mundos.
Mursa
no soportó tanta mentira, que sólo atinó a entrar a la choza, agarrar el arco,
sus flechas, un pequeño puñal y salió caminando, caminando con las miradas de
sus hermanos pegadas en él, con la mirada de Elzaba que se burlaba de él.
Así
salió de la aldea, nadie lo intentó detener. Caminó mucho tiempo, vio pasar
muchos árboles, muchos soles y lunas también. Lo único que hacia olvidarse era
la lluvia, que aunque le gustaba le hacia daño en los pulmones. Cuando era así,
se detenía por un momento, miraba el cielo y dejaba que la lluvia le mojara la
cara. Pero durante la mayoría del tiempo volvía a la aldea, a aquel día que
iban a matar al gran Puma, a los ojos cerrados de su madre cuando se fue a lavar,
a la cara desfigurada cuando volvió. Y siempre se decía:
-Si
realmente Tlusque existía, y aquel que llamábamos Mago Jefe, habla en su
nombre, nos odia, nos odia a todos. Es una bestia maligna, y nosotros no somos
más que victimas de esa monstruosidad.
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