Pero que mejor que dejar que las palabras de los protagonistas hablen por si mismas.
Manifiesto a los trabajadores del
mundo entero
Comité Ejecutivo Internacional de
la IV Internacional (Partido mundial de la revolución socialista )
septiembre de 1938
¡Trabajadores, explotados y
pueblos coloniales de todos los países!
La Conferencia de fundación de la
IV Internacional –el Partido mundial de la revolución socialista–, que se
realizó en septiembre de 1938, les hace este llamado urgente en el momento en
que el mayor peligro amenaza a las masas del mundo entero y la causa de su
emancipación de la esclavitud moderna. Nos encontramos frente a los horrores de
una nueva guerra imperialista mundial. Es una mentira monstruosa creer que la
guerra tendrá lugar entre naciones “pacíficas” y naciones “belicosas”, pues
ella es inherente al capitalismo mismo y toda nación capitalista está
comprometida en la locura de la carrera armamentística.
Es una monstruosa mentira decir
que la guerra tendrá lugar entre países “democráticos” y países
“dictatoriales”, pues las “democracias” ya son aliadas de numerosas dictaduras
y, cuando la guerra estalle, las primeras víctimas serán los derechos y las
instituciones democráticas ya ampliamente minadas en los países “pacíficos”. Es
mentir afirmar que la guerra tendrá lugar por la independencia nacional o la
libertad de Checoslovaquia. Es un cruel engaño en el que Checoslovaquia juega
el mismo rol que la “pobre Bélgica”.
Los imperialistas
anglo-franceses, que aplastan sin piedad a los combatientes por la
independencia en las Indias, Siria, Túnez, Argelia, Palestina y en todas
partes, sólo reconocen su “derecho a la independencia” a explotar a millones de
esclavos a través del mundo.
¡Todas las clases dirigentes de
los países capitalistas son piratas! Su guerra, a pesar de las pretensiones y
consignas hipócritas, será una guerra de piratas. No será una guerra obrera,
sino por el contrario, los obreros y, en general, los explotados serán las
víctimas. No será una guerra por la democracia, pues la verdadera democracia
para las masas sólo puede ser ganada en la lucha contra la dominación
capitalista; e incluso los derechos democráticos de los que aún gozan las masas
sólo pueden ser preservados y extendidos, como el ejemplo de la guerra civil
española lo ha mostrado, por los métodos de la lucha de clases militante,
revolucionaria hacia el socialismo.
Esta no será una guerra en
interés de los obreros, pues los asaltos contra las conquistas sociales de los
obreros franceses en junio de 1936, especialmente la semana de 40 horas, en
nombre de la “defensa nacional”, muestran que la defensa de los intereses
económicos y sociales más elementales de las masas –su pan cotidiano y su
libertad– es incompatible con la defensa de la patria burguesa.
Hitler, que destruyó todas las
conquistas sociales de la clase obrera alemana y austriaca, lleva adelante la
lucha en nombre del capitalismo alemán contra los intereses de los pueblos de
Europa.
Con las amenazas de guerra,
destacamos que el enemigo principal permanece en su propio país. La clase
obrera no tiene patria para defender, salvo la que ella conquiste y domine.
Nuestro grito es: ningún apoyo a los causantes de la guerra y a las guerras
imperialistas. ¡Continuación de la lucha de clases en todas las situaciones y
utilización de la crisis guerrerista para el derrocamiento de la dominación
imperialista, es decir de la guerra y del capitalismo mismo!
El mundo capitalista está herido
de muerte. En su agonía, exhala los venenos del fascismo y de la guerra
totalitaria, que amenaza reducir en todas partes a los obreros y campesinos a
una nueva y horrible servidumbre y desencadenar las fuerzas de destrucción que
arrasará toda la civilización moderna.
En el medio de la abundancia, con
un aparato de producción que bien dirigido y organizado, podría cubrir todas
las necesidades actuales de la humanidad, el capitalismo condena a millones de
hombres a la desocupación, a miserables prestaciones sociales o al hambre.
La clase dirigente, quien sacudía
antiguamente las cadenas del feudalismo en nombre de la democracia y de la
igualdad, combina ahora las más sombrías fuerzas de la reacción y los elementos
más abyectos de los bajos fondos de la sociedad, para abolir todos los derechos
democráticos conquistados con la sangre del pueblo. Quiere, con el puñal y el
látigo fascista, preservar su soberanía que aún sobrevive a la victoria
inexorable del socialismo.
El capitalismo es completamente
incapaz de asegurar la prosperidad de las masas y sobre todo de asegurar la
paz. Menos de una generación ha pasado desde la última “guerra que acabaría con
todas las guerras” y ya nos encontramos a las puertas de una nueva guerra mundial,
infinitamente más atroz que la precedente.
Una vez más se llama a los
explotados a masacrarse mutuamente por sus respectivos patrones imperialistas.
Una vez más, las madres del pueblo son llamadas a jugar el rol de productoras
de carne de cañón. Una vez más se harán campos, sangrientas trincheras y
ciudades tumbas devastadas, para que los imperialistas preserven sus ganancias
y sus colonias o adquieran nuevas.
El capitalismo ha quebrado. Sus
relaciones sociales, sus límites nacionales estrangulan el desarrollo económico
y social del hombre. Está más que maduro para la reorganización socialista. Su
existencia prolongada sólo puede aumentar la miseria y el horror sin fin.
La humanidad sólo puede ser
salvada de la nueva barbarie que la amenaza bajo la dirección de la clase
obrera revolucionaria, campeona histórica y aliada de los campesinos sin tierra
o abatidos por el peso de las deudas, y de los millones de esclavos coloniales
negros, morenos y amarillos.
Pero la mayor tragedia del
proletariado reside hoy en el hecho de que frenos paralizantes le impiden
realizar su misión emancipadora, frenos menos potentes que los del capitalismo
mismo, pero más sutil e insidiosamente fabricados, gracias a los cuales los
partidos tradicionales del trabajo, la II y la III Internacional, le han
encadenado.
Los jefes de la II Internacional
actúan como agentes directos del imperialismo “democrático”, ayudándolo a
atenuar los choques de la lucha de clases y esperando así preservar su posición
en la declinante democracia capitalista. Los de la III Internacional,
traicionando todos sus principios e ideales tradicionales, fueron convertidos
en instrumentos de la burocracia soviética. Las dos viejas internacionales
difieren sobre todo en la medida en que difieren la burguesía
anglo-franco-norteamericana y la camarilla stalinista dirigente.
En lugar de desembarazarse del
cadáver putrefacto del capitalismo en los limbos de la historia, la
socialdemocracia y el stalinismo se unen para recubrirlo y preservarlo. Desde
hace mucho tiempo abandonaron la lucha de clases. Concentran todos sus
esfuerzos en conducir a la clase obrera a servir al capitalismo, en nombre de
una “democracia” y de un Frente Popular maquillados, en lugar de destruir al
monstruo. Apoyan la dominación de los pueblos coloniales por sus imperialismos
respectivos y ofrecen su ayuda militar con el mismo objetivo.
Ninguna de las viejas
internacionales fue capaz de organizar la resistencia proletaria al fascismo,
en Alemania o en Austria. Incluso en España, donde el proletariado, al lado del
cual nos sostuvimos firmemente y con entusiasmo, ha mostrado su capacidad de
luchar efectivamente contra la bestia fascista, los viejos partidos minaron su
resistencia y exterminaron brutalmente a las fuerzas revolucionarias en la retaguardia
de su propio frente, actuando como los agentes del imperialismo anglo-francés y
de la burocracia de Moscú.
En realidad, abandonando la
vigilancia de clase de los obreros, abandonando la independencia del movimiento
obrero y subordinándolo así a la burguesía “democrática”, facilitaron la
victoria del fascismo, cuyo objetivo, que es aplastar al proletariado como
movimiento independiente y como clase, es parcialmente logrado previamente por
las viejas internacionales.
No menos traidor es el rol jugado
por la socialdemocracia y el stalinismo frente al peligro de guerra inminente.
Más cínicamente que la II Internacional antes de la última guerra, cuando
adoptaba al menos formalmente una posición antiguerrerista, las dos
internacionales reclaman ahora la responsabilidad de conducir a las masas a la
carnicería.
No tienen ni el deseo ni la
posibilidad de organizar la lucha contra la guerra imperialista que viene. Por
el contrario, completamente corrompidos por el socialpatriotismo y enarbolando
la bandera pirata del imperialismo “democrático”, los socialpatriotas ya actúan
como sargentos reclutadores del imperialismo.
El rol que juegan en la defensa
de la URSS es también completamente pérfido. No defienden la gran Revolución
Rusa, sino a la burocracia reaccionaria usurpadora. No afirman las bases de la
sociedad socialista: minan los cimientos colocados por las masas rusas hace 20
años bajo la dirección de los bolcheviques.
Nosotros, la IV Internacional,
defensores leales de la URSS contra todos sus enemigos, internos y externos,
acusamos al stalinismo de haber sometido la vida económica del país a los
intereses de la alta camarilla burocrática. Partidarios de la verdadera democracia
proletaria, acusamos al stalinismo de haber privado a las masas soviéticas de
todas las grandes libertades conquistadas con las armas en la mano.
La burocracia reaccionaria
estableció en la URSS un régimen totalitario odioso gracias a un régimen sangriento
de terror continuo, completado por los ataques de gangsters contra los
revolucionarios en el extranjero y la corrupción del movimiento obrero e
intelectual. Este régimen desacredita el nombre del socialismo. Los pretendidos
partidos comunistas no son otra cosa que agencias corrompidas por este régimen
totalitario, cuyo único objetivo mundial es el mantenimiento del statu quo
imperialista. La II Internacional difiere del stalinismo sólo por su crítica
puramente verbal y superficial. El bonapartismo[1] mina la revolución
bolchevique.
El proletariado mundial no puede
avanzar sin romper las cadenas que lo atan a las viejas internacionales y a su
política. El anarquismo, que se mostró en España prisionero de su propia
doctrina y capituló frente a la burguesía en nombre del Frente Popular, no
puede llegar a operar esta ruptura. Tan insignificantes son los pequeños grupos
centristas, unidos en el Buró de Londres[2], que se niegan romper claramente
con las viejas internacionales tomando el camino de una lucha de clases
consecuente, hacia el socialismo internacional revolucionario.
Sólo haciendo revivir las grandes
tradiciones del marxismo revolucionario, rompiendo con la colaboración de
clases, el socialpatriotismo y los curas de la sumisión en el movimiento
obrero, y tomando el camino de una lucha de clases resueltamente ofensiva,
lanzando el asalto contra la fortaleza del capitalismo con las armas
invencibles forjadas por nuestros grandes maestros, Marx y Engels, Lenin y
Trotsky, los explotados del mundo pueden separarse del marasmo y la derrota, y
marchar hacia adelante, como la sólida falange del futuro socialista.
¡Es el camino de la IV
Internacional! Ella se apoya en los fundamentos inquebrantables de los
principios del marxismo-leninismo revolucionario. Ella se proclama orgullosa
heredera y continuadora de la I Internacional de Marx, de la Revolución Rusa y
de la Internacional Comunista de Lenin.
La IV Internacional no oculta sus
objetivos. Su programa es conocido por la clase obrera. Es el programa de la
oposición irreconciliable y de la lucha contra la injusticia, contra la
explotación, contra la opresión.
Por encima de todo, en el período
crucial actual –período de crisis vital para la clase obrera y la humanidad
entera– la IV Internacional lanza un llamado a los obreros y a los pueblos
oprimidos del mundo entero.
A los obreros franceses y
alemanes especialmente, que son amenazados por la destrucción mutua en interés
del imperialismo, les decimos: como el proletariado de todas partes, ustedes
odian al verdugo Hitler. Como ustedes, estamos determinados a derrotar al
fascismo y todas las dominaciones opresivas.
Pero el fascismo no puede ser y
no será derrotado por las bayonetas del imperialismo francés. Sólo la acción de
clase independiente del proletariado pondrá fin a la dominación repugnante del
fascismo.
Únanse en la continua lucha de
clases contra el fascismo y la guerra imperialista.
Únanse por la libertad de los
pueblos coloniales, contra la tiranía de la dominación imperialista.
Únanse en la única guerra justa y
sagrada, la guerra contra los opresores, los explotadores, contra sus agentes
pérfidos en el movimiento obrero.
¡Viva la IV Internacional!
¡Viva la revolución socialista
internacional!
[1] Trotsky dio la siguiente
definición sobre los distintos tipos de bonapartismo: “El cesarismo o su forma
burguesa, el bonapartismo, entra en escena en la historia cuando la áspera
lucha de dos adversarios parece elevar el poder sobre la nación, y asegura a
los gobernantes una independencia aparente con relación a las clases; cuando en
realidad no les deja más que la libertad que necesitan para defender a los
privilegiados. Elevándose sobre una sociedad políticamente atomizada, apoyado
sobre la policía y el cuerpo de oficiales, sin tolerar ningún control, el
régimen stalinista constituye una variedad manifiesta del bonapartismo, de un
tipo nuevo, sin semejanza hasta ahora. El cesarismo nació en una sociedad
fundada sobre la esclavitud y trastornada por las luchas intestinas. El
bonapartismo fue uno de los instrumentos del régimen capitalista en sus
períodos críticos. El stalinismo es una de sus variedades, pero sobre las bases
del Estado obrero, desgarrado por el antagonismo entre la burocracia soviética organizada
y armada y las masas laboriosas desarmadas”. (Extracto de León Trotsky, La
Revolución Traicionada, Cap. XI, en Naturaleza y dinámica del capitalismo y la
economía de transición, op. cit., p. 614).
[2] El Buró de Londres (también
conocido como Internacional de Ámsterdam), se organizó en 1932 con partidos no
afiliados ni a la II ni a la III Internacionales como el ILP de Gran Bretaña,
el SAP alemán y el POUM español (que será su sección más importante). Tres
grupos de este Buró habían firmado en 1933 la “Declaración de los cuatro”
proclamando la necesidad de una nueva internacional, junto a Trotsky y la Liga
Comunista Internacionalista (LCI, continuadora de la Oposición de Izquierda y
antecesora de la IV Internacional), pero terminaron rompiendo relaciones ya que
sucumbieron, en general, con políticas oportunistas a los Frentes Populares
francés y español. El Buró se desintegró durante la Segunda Guerra.
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