Hoy vuelvo con otro relato con una pequeña
introducción. Un 31 de diciembre de 1988, a las nueve y media de la mañana, según
me han dicho, mi madre, anestesiada y con un corte de media panza, hacía que
una pequeñez inconsciente saliera de la bolsa con líquido amniótico. A ese ser,
luego de unos días le pusieron dos nombre y un apellido, Jorge Emmanuel Soria.
Ese, en este mismo momento, escribiendo en una notebook, soy yo, por cumplir 24
años. Uno no se da cuenta, pero casi viví un cuarto de siglo, creo que un
numero considerable, aunque parte de esos años fueron inconscientes y condicionados
por la vida de otras personas.
En otro Post había escrito la importancia de
la vivencia y de la experiencia para moldear en cierto sentido lo que somos, y
en ese sentido mi militancia y mi literatura. Por eso hoy le quiero dejar un
cuento que escribí en el 2004 (si la fecha con la que aparece en el borrador no
miente), es decir que tenía unos 15 años. El cuento lo titule “Criaturas en la
Revolución”, aunque le cambié el nombre por “Bestias Coloniales” y solo lo redondeé
y agregué algunos datos, pero está casi como cuando lo escribí en aquella época.
Una vez leyendo un ensayo sobre la literatura de Stephen King, decía que uno
puebla de símbolos su literatura, pero que los encuentra cuando lo lee por
segunda vez. Y ayer, cuando lo mejoraba, me quedé pensando en eso. Primero,
como otros borradores que tengo de aquella época, la recurrencia de la
violencia hacia las mujeres, aunque con fuertes tonos pesimistas. Pero principalmente
le presté atención al titulo “Criaturas”, y cuando iba releyéndolo me quedé con
una imagen, que seguramente quise hacer referencia a monstruosidad del animal
que aparece, pero también de la bestialidad del burgués protagonista. Y donde
aparecería una pregunta que sería ¿Quién es de los dos más bestia? Así que como
parte de mi nuevo año de vida, les dejo un relato de cuando era mas joven. Saludos.
Bestias coloniales
13 de Febrero de 1798 Santa María de los Buenos Ayres
En estas líneas me dirijo a
vuestra majestad con todo el respeto y las bendiciones que os merecen, para
informarle que mi persona esta encargada de un grupo que analiza las reacciones
de vuestra bien amada naturaleza. En esta carta que os envío le informo que
hace unos mese atrás hemos capturado una especie de roedor en la campaña de la
Capital del Virreynato. Todavía no hemos podido establecer fehacientemente de
que animal nos hacemos referencia. Pero según unos tratados que estaban en
manos de unos miembros de la Compañía de Jesus, es un Conejo, que proviene de
la familia de la liebre europea. Sin embargo las proporciones del mismo no
cuadran con las descripciones del sacerdote que emitió el tratado. Es un animal
muy grande, tiene el tamaño de un perro adulto. En su lomo el cuero siempre
está erizado, como en alerta constante; debajo de la mandíbula tiene un buche
de gran tamaño, casi del mismo diámetro que su cabeza. Pero lo que más nos
llamó la atención, y perdone vuestra majestad si peco de exagerado, ese animal
es diabólico. Es parte de las huestes de Satán, le ha arrancado el brazo a uno
de los criados que andaba con nosotros. Logramos atraparlo y ponerlo en una
jaula de hierro, pero no sabemos hasta cuando podemos mantenerlo así.
Le enviamos esta misiva para
pedirle consejo, además para avisarle del peligro de esa bestia, porque no
pudimos saber si es solo un espécimen deforme o andaba con otra de las mismas
características.
Me despido dándole las mayores bendiciones a su
majestad.
Ricardo Mojara
Nadie sabe que sucedió realmente, pero ellos
de un día para el otro desaparecieron.
Corría el 1800 en el Virreinato del Rio de La
Plata. Con sus casas grandes y espaciosas donde habitaban los buenos vecinos,
sus calles empedradas, sus vendedores ambulantes o esperando en la Plaza
central junto a la recova. Junto al Cabildo es donde mayor actividad había:
mulatos vendiendo lo que producían, o muchos de ellos yendo al Río que le
habían puesto Del Plata, para lavar las ropas de amos y no amos. Varones,
morenos, zambos, indios, parados en las esquinas, vendiendo agua para aquellas
casas sin pozos, velas paras las noches con o sin luna. Pero volvamos al
Cabildo, hermoso edificio alargado donde los altos señores de la sociedad se
guiaban los designios de la ciudad.
Hora vayamos a una de las tantas calles
empedradas, pero donde estaba una de las casas más importantes de la sociedad
rioplatense, la del español Rodrigo de Mismar. Hijo de un noble menor de Cadiz
que cuando era un adolescente había cruzado el oceano para convertirse en un
comerciante adinerado basado en las Flotas y Galeones de la Corona. Su gran
caudal le hubiese permitido ser parte permanente del cabildo, y más aún como
peninsular, pero no le importaba eso, aunque siempre participaba de los
encuentros con los miembros del Cabildo y donde su voz era importante. Prefería
pasarse horas y horas en los montes de la campaña en caza, su gran diversión.
La Casa era hermosa. Casi ocupaba una cuadra
entera si también se tenía en cuenta el jardín de la misma. Una gran puerta de
madera caoba eran acompañadas por dos ventanas con falsa bóveda en sus
costados, sin postigos pero con rejas de hierro trenzado. El techo era plano,
compuesto por tejas coloradas, a los finales terminaba haciendo una bajada para
que pudiera desagotar el mismo ante la lluvia. Entrando por la puerta se podía
apreciar la decoración, donde en su mayoría eran pinturas y algún que otro
tapiz de las Indias. La casa estaba
compuesta por una oficina donde se ocupaba de sus negocios Rodrigo, un
gran salón donde él era anfitrión de las tertulias que hacía en su casa.
También tenía un gran comedor y un salón de juego, y por supuesto las
habitaciones, tantas que debería tener decenas de hijos para completarlas. El
Jardín casi tenía el mismo diámetro que la casa. Apenas se salía por la puerta
trasera se podía ver un gran aljibe lo que hacía inútil el aguatero para el
magnánimo Rodrigo. A su lado, casi tapándolo con su sombra había un duraznero
crecido. En realidad entre los criados de Mismar le llamaban jardín, pero mucho
de jardín no tenía, además del aljibe y el duraznero, no había otra cosa verde.
Había sido empedrado por propio pedido de Don Rodrigo.
Al final del Jardín estaba el lugar donde
habitaban los esclavos y criados de Rodrigo de Mismar. Ahí nada era bello y
espacioso como en la casa del frente, nada de eso. Era un pequeño cubículo
hecho de madera donde tenían que vivir los 6 esclavos que tenía el señor de la
casa a su orden.
Este gran comerciante se había casado con
Dolores Mitre, oriunda de una acaudalada familia cordobesa que mantenía
negocios con Mendoza y Chile. Antes de conocerse ya se había acordado el
casamiento. Común forma de arreglar negocios les gustaba decir a los señores
comerciantes criollos y peninsulares, no tan feliz para con Dolores, nombre que
a ninguna otra mujer le hizo mejor honor, trágicamente mejor.
Muchos inocentes e ilusos dirán que de Mismar
era de esas personas que no le faltaba nada, un ejemplo de personalidad, pero
lo que le faltaba en demasía era bondad. Pero no solamente era una persona
perversa y violenta, sino que también era el maestro del disfraz, porque
estando fuera de las paredes de su casa que lo ocultaban, el era otro, o
aparentaba otro, no lo sabemos. Para la opinión publica, para las altas esferas
de la sociedad rioplatense, Rodrigo de Mismar era un caballero y actuaba como
tal. Pero dentro de su hermosa casa no era más que un verdugo de un infierno
terrible. Más de una vez mató a esclavos a latigazos porque se había levantado
de mal humor. Nadie le importaba sus vidas, que se vendían al mismo nivel que
lo hacían con el charqui, pero si Rodrigo no hubiese amado devotamente el
dinero, hubiese matado más. A Dolores siempre la había golpeado brutalmente sin
ningún motivo, hasta que la dejó postrada en su cama hacia sólo un año.
Dolores era una joven muy tranquila, pero
además de eso temía mucho a su esposo, de sus golpes, pero también de lo que
podía ser de su vida si se iba de su lado. Pero hacía un año se había cansado
de la situación y quiso escaparse. Había buscado el día perfecto, cuando había
vuelto un barco portugués con esclavos de Río. Ella había guardado sus maletas
para escaparse, pensaba volverse a Córdoba con sus padres, pero cuando todavía
estaba en su casa había vuelto Rodrigo por unos papeles que necesitaba. Lo que
le hizo no vale la pena entrar en detalle, pero con un martillo le había
quebrado los dedos de los pies. Dolores hubiese preferido morir ante aquel
dolor agónico, pero un medico la estuvo cuidando para su recuperación, uno de
los tantos médicos que Rodrigo de Mismar, el caballeroso pagaba el silencio.
Desde aquel momento Rodrigo no había golpeado más a Dolores, pero ella tampoco
había vuelto a caminar, los dolores desgarrantes de los pies le impedían poder
estar parada por mucho tiempo.
Ese era Rodrigo de Mismar que había
desaparecido, podemos decir con justeza, aunque lamentablemente también lo
hicieron Dolores y sus esclavos.
La última vez que lo habían visto a Rodrigo
había salido de caza con algunos amigos que compartían su diversión. Muchos
opinaban, en las pulperías, en las noches, que esas personas no solamente le
gustaban cazar animales cuadrúpedos, sino que también se deleitaban matando
algún gaucho que encontraban en su camino. Pero eso nunca pudo comprobarse.
Habían salido de caza como tantas otras veces en busca de alguna liebre o lo
que fuera a lo que pudieran disparar, cuando lo vieron. Era como una liebre,
pero de un amarillo casi impoluto, el tamaño era más grande que los perros con
los que andaban. No se movía del lugar de donde estaban, babeaba pero no se
movía; unos ojos rojos, grandes, como los botones de su casaca, lo miraban. Por
los que estuvieron ahí, de Mismar pensó que era un animal hermoso, magistral,
hecho para personas como él. Pudieron agarrarlo fácilmente y se lo llevaron
vivo.
Cuando llegó a la casa, ordenó a sus esclavos
a que vayan a comprar una jaula grande de hierro y que mientras tanto. El
animal seguía babeando, pero estaba tranquilo no se movía, lo acaricio, y el
animal se estremeció pero se quedo quito. Pensó que quizás era mejor dejarlo
suelto hasta que consiguieran la jaula. En ese momento fue a su habitación para
descansar.
De aquel momento no se lo vio más. Como se
sabe, los grandes señores son buenos guardando secretos, pero lo cierto es que
todos los que habían habitado aquella casa ya no estaban. El rumor que más fama
tenía era que se habían ido a España ante los problemas que estaba teniendo con
el comercio por culpa de los portugueses e ingleses. Pero había otro, al que
nadie le hacía caso por su poca verosimilitud. Muchos dicen, que un día, al
volver de controlar sus negocios, comenzó a llamar a su casa pero nadie le
respondía. Furioso fue hacia la cabaña de los esclavos y vio alo que lo
aterrorizó, era un festín de sangre, solo huesos largos roídos, con algunos
girones de ropas y sangre mucha sangre. Miró el jardín, pero no estaba su
conejo. Buscó la escopeta y fue a las habitaciones, fue siguiendo el rastro de
unas pisadas que manchaban de sangre el piso brilloso de cerámica. Cuando llegó
a la habitación de Dolores, ahí estaba ese conejo, con su hocico manchado de
sangre, con esos ojos rojos, pero la baba ahora lo acompañaba de una dentadura
salvaje, se le abalanzó. Rodrigo le disparó, pero la bala solo rasguño la piel
ya no tan blanca de ese espécimen.
“Una organización no gubernamental de paleontólogos
que se encarga de buscar especies en extinción en lo que en la actualidad es la
Republica Argentina, han encontrado restos extintos de una especie de Conejo
que fue del tamaño de un lobo o solo una deformación congénita de esos
adorables roedores. El análisis está en pleno desarrollo, pero los primeros
resultados dan muestra que los restos datan de principios del siglo XIX, aunque
pudo ser una especie prehistórica, predecesora del conejo o liebre. Lo que más
llamó la atención, dijeron los científicos, es que además de su tamaño tenían
desarrollado el maxilar de tal manera, que seguramente era una especie
carnívora de medianos animales”
Fragmento de un
articulo del Diario Clarín, con fecha del 13 de diciembre de 2004
No hay comentarios:
Publicar un comentario