El conjunto de casa donde estaba la suya ya la podía
ver, la cara le ardía mucho y las articulaciones aún más. Siguió pedaleando con
todas sus fuerzas, los ruidos de la caja era cada vez más fuerte, los demás
ruidos metálicos también. Siguió pedaleando, siguió pedaleando….Finalmente se
encontró debajo del toldo de su casa, por unos segundos solo atinó a recobrar
el aliento, aunque para su sorpresa descubrió que no estaba agitado, aunque le
dolía todas las partes e su cuerpo.
Cuando intentó bajar de la bicicleta, no pudo.
Intentó una vez y no pudo, probó otra vez y con el mismo resultado. La rigidez
de las articulaciones al mantenerlas en la misma posición lo llevó a que no la
puedan flexibilizar para poder pararse y bajarse de la bicicleta. Jorobado y
con las manos en el manubrio se fijó que todavía estaba levantada. Con mucho
dolor comenzó a hacer esfuerzos para poder despegarse de la bicicleta. Intentó
tomarlo con calma, se concentró en una de las manos, probó una vez, probó otra
vez, y finalmente en el tercer intento la mano derecha logro despegarse del
manubrio, aunque todavía mantenía la forma circular como si la seguiría
agarrando. Cuando comenzó a probar con la segunda mano, escuchó detrás de él que
la puerta mosquitera y la de chapa se había abierto. Detrás de él escuchó la
voz de la mujer que le decía que porque había tardado tanto, si salía del
trabajo a las dos y ya iban a ser la una de la mañana; que nunca hacía esas
cosas, que por la lluvia que se había levantado se había preocupado por él.
Pero no contestó nada, siguió arriba de la bicicleta, disimulando que estaba
pensando, que no la escuchaba. Pero la escuchaba, pero no quería que se
acercara, que lo viera así, que lo escuchara. Finalmente escuchó el sonido de
la puerta de nuevo que se cerraba, no sin antes decirle casi entre llantos que
había hecho ella para que la tratara así, y de nuevo no contestó. Comenzó a
probar de nuevo con la otra mano, que le fue mucho más fácil, ya que se pudo
ayudar con la otra mano. Con los pies fue aún más simple. Sin embargo cuando se
pudo bajar de la bicicleta seguía jorobado, lo que le llevó también un esfuerzo
y lagrimas de dolor adicional. Cuando logró acomodarse un poco entró a su casa.
Lo primero que hizo una vez dentro de la casa fue
buscar un toallón para poder secarse. Aquello le hizo arder la cara aún más,
cuando miró el color del mismo, se había teñido de un marrón rojizo, dejó el
toallón en una silla de la cocina-comedor. Ya un poco más tranquilo por haberse
podido quitar el agua y no ver cerca a la mujer fue a prender la radio, pero
apenas la tocó le dio corriente. La dejó donde estaba entre insultos y se
preguntó extrañado que no había comido en todo el día y que tampoco había ido
al baño.
Cuando se dirigió hacia el baño se dio cuenta que su
cuerpo estaba haciendo mucho ruido, hacía que siguió intentando ser lo mas
silencioso posible, pero el chirrido de engranaje seguía allí. Se había
olvidado el farol en la cocina-comedor, así que fue hacía allí para luego
volver al baño. Lo primer que hizo cuando dejó el farol en el bidet, fue
mirarse. El reflejo anaranjado de la luz le devolvió un rostro moreno,
amorronado sería la palabra correcta, con manchas. Hizo un chasquido con la
boca. Le preocupaba todo aquello, con los compañeros del trabajo no había
problemas, porque estaban en la misma situación que él, pero ella, que le iba a
decir a ella. Mientras pensaba aquello se dio cuenta que el pensar en que le
iba a decir le causaba gracia.
Si miró unos
segundos más y se comenzó a bajar la bragueta para orinar, aunque sin ganas de
hacerlo. Pero rápidamente se dio cuenta que algo no estaba bien, nada bien,
aunque mejor dicho algo más no estaba bien. En vez de haber agarrado el pene,
tenía entre sus dedos un caño. No había pene, no había cilindro gelatinoso, el
cilindro era de hierro. El caño que tenía en su mano y que miraba, tenía el
diámetro que había tenido su pene. Pero eso no era todo, en la parte superior,
en donde ese cilindro se unía al cuerpo, había una ruedecilla, una manija, como
la llave de ese caño. Era una canilla, o ese es el nombre que le puso. Lo miró
por un momento hasta que se acordó que había ido a orinar. Sin embargo, por más
que se esforzaba para orinar, no pasaba nada. Pensó por un momento cuando se le
ocurrió como debería orinar. Comenzó a girar esa ruedecilla de metal con cierto
miedo a que se rompa, pero para su sorpresa comenzó a orinar, con una
satisfacción que le hizo temblar las rodillas rígidas. Esperó a que la canilla
deje de expulsar orina, cerró de nuevo la ruedecilla, se lavó las manos no sin
miedo, y salió del baño.
Los pasos eran cada vez más penosos y lentos. Cuando
pasó por la habitación se dio cuenta que allí estaba la mujer, le pareció
escuchar que lloraba. Lo tranquilizó que estuviera dolida con él, así se
mantenía alejada. Pero además estaba el despertador, y de nuevo esos tic-tac
que para él eran diabólicos, eran asquerosos. Esos tic-tac le resonaban en los
timpanos, como si el reloj lo tuviera dentro de la cabeza, y ya no estaba en su
casa, estaba de nuevo en la línea de montaje de FORJA que al mismo tiempo eran
todas las fabricas donde trabajó e iba atrabajar. Miraba la maquina que no
estaba hecha de metal, de hierros, estaba echa de carne, miembros humanos
estaban dispuestos en una maquinaría grotesca, chorreante de sangre. Trató de
tranquilizarse pero el tic-tac era más fuerte, más fuerte, hasta que no lo
escuchó más y estaba de nuevo en su rancho. Cuando llegó a la cocina-comedor se
quedó parado ante la incomodidad que le generaba su nueva adquisición, quiso
escuchar la radio pero se acordó de la corriente. Sólo se quedó parado, mirando
la ventana, mientras el techo de chapa seguía crepitando por la llovizna que
seguía cayendo.
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